martes, 3 de abril de 2012

EL REGRESO A MI CASA VERDADERA

Queridos hermanos, el Ingeniero  Jose Manuel Pinto nos da un relato de su largo viaje desde la indiferencia Catolica, pasando por los Cultos Portestantes a las Sectas y finalmente su arribo a la Iglesia de los Apostoles, la Iglesia Catolica. El Ingeniero Pinto junto a su “viaje” nos da un mapa de la Historia de la Salvacion desde el Antiguo Pacto, pasando por la Historia de la Iglesia, de la Division de esta por el Protestantismo hasta hoy. Es un articulo largo que nos da  un resumen y una vision de la Obra de Dios en la Fe  que  gozamos profesar.Les recomiendo que lo lean. Dios les bendiga+

Frank Morera






EL REGRESO A MI VERDADERA CASA


Ing. JOSE PINTO SEPTIEMBRE 2011

.
jesus

El comienzo

Prácticamente me salió una Tesis, en esto de contarles algo sobre el regreso a mi verdadera casa. Nací en un hogar de tradición católica, mis padres aunque de carácter fuerte, demostraron su amor y responsabilidad con nosotros; sus ambientes de crianza estuvieron acompañados de mucha rusticidad, mi padre estuvo en una guerra civil a los 18 años y mi madre era hija de campesinos muy pobres y tuvo también que laborar fuerte desde su niñez. Ellos eran personas muy honestas y trabajadoras, eran también católicos aunque de „primera comunión‟. Yo les llamo así a los católicos que llegaron hasta ese tan hermoso momento en la vida del católico con el estudio previo del catecismo para niños, con conocimientos muy básicos, y que de allí en adelante engavetaron el catecismo como reliquia, olvidando por „re‟ o por „fa‟ que para su crecimiento en la Fe tenían que asistir al menos los días domingos a Misa para no dejar de reflejar la unidad de Cristo en sus vidas.

Cuando cursaba el 6to. grado de la educación primaria, un compañerito del colegio, recuerdo que era de apellido Cárdenas, me invitó a la escuela dominical de la iglesia protestante „Príncipe de Paz‟ (Miembro de la OVICE u Organización Venezolana de Iglesias Cristianas Protestantes) de la que él era miembro y que estaba ubicada en las cercanías de mi casa. Después de esa primera invitación ya no la necesité más pues quedé tan entusiasmado que continué asistiendo casi todos los domingos, porque
allí escuchaba sobre las historias de Jesús y porque podía participar en unos juegos de agilidad mental, en los que si ubicaba primero que el resto de los niños el libro que pedía el instructor, y leía además el versículo del capítulo requerido por él, era ganador de un premio sorpresa. Estos premios eran a veces caramelos, una armónica plástica o cualquier otro juguetico de esos que todavía colocan en las piñatas. Al principio no encontraba las citas, pero luego me volví espabilado y ganaba. Así fue que comencé a aprender cosas nuevas que desconocía de la Palabra de Dios, pues como también era católico de „primera comunión‟ solo tenía idea de que existía un Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo), me acordaba algo de cómo rezar el Credo, el Padre Nuestro, el Ave María y la oración del ángel de la guarda que en ocasiones me rezaba mi abuela. En mi mente existía el vago recuerdo de las primeras lecturas que hice cuando tenía unos 7 años, eran relatos de unas batallas entre grupos de guerreros que con el ruido de trompetas habían derribado una muralla (La batalla de Jericó – Josué 6,3-5) y la de un hombre fuerte que había vencido a un león (Sansón – Jueces 14,1-9). Fue mucho después que logre saber que esas historias las leía de una Biblia desvencijada que mis padres tenían guardada en algún rincón de la casa y que yo me había encargado de desempolvar. También recordaba algunas lecturas de un librito muy bonito, con imágenes a color (el Catecismo), que utilizaba para prepararme para la primera comunión, evento por cierto al que mis padres no me acompañaron, tarea de la que estuvieron encargados los maestros de mi escuela primaria.
En aquellos días de mi asistencia a la escuela dominical, en el barrio donde vivíamos, coincidió una fuerte campaña de conferencias de la iglesia „Adventista del 7mo. día‟, una iglesia que se estableció oficialmente en los Estados Unidos en el año 1863, siendo su primer fundador el protestante bautista William Miller. Por estar más cercana a nuestra casa, todos los días durante la campaña comencé a asistir a esta iglesia junto a otros niños, acompañado también de algunos primos hermanos que vivían cercanos a mi casa. En esa iglesia que era un ranchito de cartón, con techo de láminas de zinc y piso de tierra bien apisonado, proyectaban unas diapositivas hermosas, con imágenes del Tabernáculo, de Cristo y de los apóstoles, así como de la segunda venida de Cristo con sus miríadas de ángeles viniendo sobre las nubes, que personalmente me transportaban al Cielo. Poco a poco me fui ganando la confianza del pastor de esa iglesia que era de apellido Rodríguez, y que en ocasiones llegó a encargarme de pasar las diapositivas desde el proyector, lo que me hacía sentir ufano. Así fui aprendiendo cada semana nuevos temas sobre la Biblia. A los pocos meses, con las historias aprendidas que llevaba a mi casa, mis padres y mis hermanos se entusiasmaron y se involucraron en esa iglesia, fue así que después de un corto tiempo algunos de ellos comenzaron a bautizarse en ese grupo religioso. Mi padre no llegó a bautizarse con ellos, sí lo hizo luego en la iglesia „Príncipe de Paz‟ donde yo había recomenzado a estudiar la Palabra de Dios. Aunque fui el primero en mi casa en abordar los mensajes dados por esas dos distintas denominaciones religiosas, de diferentes doctrinas, no me bauticé en ninguna de ellas, ya que para mí
eso suponía un compromiso de Fe con tales creencias y yo no estaba muy seguro de tenerla. Con lo que había aprendido de la Biblia, a partir del estudio de las doctrinas enseñadas por esas dos congregaciones, comenzaba a ser muy crítico de sus enseñanzas, pues comparaba lo que una y otra soportaban de manera diferente, a pesar de que leían los mismos versículos de la Biblia. Me inclinaba a apoyar un poco más las interpretaciones que de la Biblia hacía la iglesia evangélica en varios aspectos, cito varios ejemplos:
1. La iglesia adventista presentaba su mensaje más enfocado en ser la iglesia remanente de Jesucristo señalada por la profecía.
El enfoque de la predicación protestante en cambio era más Cristo-céntrico.
2. La iglesia adventista, enseñaba que si la Iglesia Católica era la ramera del Apocalipsis 17, entonces las iglesias protestantes nacidas de la reforma del siglo XVI eran las hijas de la ramera y como aquella también tenían la marca del 666 por abandonar el descanso sabático y sustituirlo por el dominical.
Los evangélicos en cambio guardaban el día domingo, el día del Señor, tal como lo hicieron los primeros cristianos (Marcos 16,9; Hechos 2,1-4 relacionado con Levítico 23,11-15; Hechos 2,37-42; 1 Corintios 16,1-2; Hebreos 10,25; Mateo 28,20).
3. Los adventistas aseguraban que poseían la marca identificativa de la iglesia de los últimos días, y esta marca era el don de profecía que les fue
manifestado en el ministerio de Ellen G. de White (quien antiguamente había sido una protestante metodista).
Esta marca profética no la tenía la iglesia protestante.
4. Respecto a la salvación, los adventistas sostenían que se debía a la gracia y no a las obras buenas que uno pudiese realizar, pero su fruto se manifestaba en la obediencia de los diez mandamientos de acuerdo a la visión de la Sra. White.
Los evangélicos aunque difieren de los adventistas en este tema, tienen sin embargo algunas discrepancias entre algunas de sus denominaciones; algunos sostienen que la salvación es por la Fe solamente, sin ninguna mezcla ni necesidad de buenas obras, otros en cambio sostienen que la Fe salvadora siempre se evidencia por las buenas obras.
5. En cuanto al estado de las almas después de la muerte, los adventistas enseñaban categóricamente que en la Biblia no hay ningún texto que denote que el alma o el espíritu pudiese tener una existencia consciente fuera del cuerpo (no han buscado bien), enseñan que en el sepulcro hay absoluta inconsciencia, por cuanto la muerte es un sueño y los muertos quedan en estado de inconsciencia en el sepulcro hasta la resurrección, para demostrar esto utilizan Eclesiastés 9,5.
Al contrario, los evangélicos enseñan sobre la vida después de la muerte y citan los ejemplos de Job 19,25-27 (“después de desecha esta mi piel, veré a Dios”), 2 Corintios 5,1-8 (“ausentes del cuerpo,
presentes con el Señor”); y las palabras del propio Cristo al ladrón en la cruz en Lucas 23,42-43 (“de cierto de cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso”); los adventistas no dudan en explicar este último pasaje diciendo que hay un error ortográfico en todas las versiones de la Biblia y hacen un traslado de la coma en el versículo para que diga: “de cierto de cierto te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso” ¡Así no se vale!
6. A raíz de su fallido anuncio de la segunda venida de Cristo el 22 de octubre del año 1844, los adventistas reinterpretaron su visión sobre el período profético de las 2.300 tardes y mañanas de Daniel 8,14, y su nueva conclusión fue que lo sucedido en esa fecha ocurrió en el cielo ¡Aunque usted no lo crea! Explicaron que el evento ocurrido fue el de la entrada de Cristo como Sumo Sacerdote en el lugar santísimo del templo celestial, comenzando el último aspecto de su ministerio expiatorio: Un juicio investigador que forma parte de la eliminación definitiva del pecado. Esta interpretación hace concluir que la obra expiatoria de Cristo definitivamente no alcanzó en la Cruz su plenitud y perfección, pues quedó pendiente el quitar los pecados desde el santuario celestial, labor que en este momento aun se lleva a cabo.
Al contrario de esa enredada explicación, los protestantes evangélicos sostienen que la obra expiatoria de Cristo alcanzó en la cruz su total plenitud y perfección.
7. En cuanto a la segunda venida de Jesús, los adventistas enseñan que todo ojo le vera tal como lo señala Apocalipsis 1,5-7; sin embargo sostienen
que en esa ocasión solo los justos resucitarán y que después del milenio, resucitarán los impíos para condenación eterna (Apocalipsis 20). Luego bajarán del cielo Cristo, los justos y la ciudad celestial de Jerusalén, y tendrá lugar la batalla final contra Satanás y los no salvados; estos serán aniquilados, y la tierra, purificada por el fuego volverá a ser un paraíso, reino eterno de Dios con los suyos (Apocalipsis 21).
Los evangélicos tienen otro concepto y entre ellos visiones diferentes de la segunda venida de Cristo. En una de las teorías, un poco complicada, basada en la profecía de Daniel sobre las 70 semanas (Daniel 9,24-27), algunos enseñan que habrá primero un rapto (1 Tesalonicenses 4,13-18) que ocurrirá luego de culminar el tiempo de gracia, el cual según ellos empezó luego de la culminación de las primeras 69 semanas de Daniel, es decir, desde la entrada de Jesús en Jerusalén, el domingo de ramos, hasta nuestros días; para determinar la duración de este período utilizan Oseas 6,2 (dos semanas, es decir 2.000 años). Luego aparecerá el anticristo que traerá la paz momentánea y a los 3 años y medio se revelará y se alzará contra los que no fueron arrebatados y que ahora reconocen a Jesús, y por 3 años y medio más habrá persecución para estos (1Tesalonicenses 5,3), aquí se cumple la última semana de Daniel, o sea la número 70. Cuando el anticristo esté a punto de exterminarlos junto al remanente de Israel, Cristo aparecerá de nuevo con la Iglesia (Segunda venida – 1 Tesalonicenses 5,1-2) y hará juicio a los desobedientes y los lanzará al lago de fuego ardiente y eterno, atando a Satanás por mil años (Apocalipsis 20,1-3), estableciéndose así un milenio de paz sobre la
tierra; después de esto, Satanás será desatado (Apocalipsis 20,7) para ser lanzado definitivamente al lago de fuego, estableciéndose el reino eterno de Dios (Apocalipsis 20,10). Otros grupos de protestantes enseñan otra teoría no menos complicada, sostienen que ya estamos en tiempos de tribulación y que pronto aparecerá el falso profeta y desatará la persecución sobre la verdadera iglesia (los evangélicos fieles) y la acorralarán junto a la ciudad amada Jerusalén (Apocalipsis 20,7-10); aparecerá Cristo en su caballo blanco con sus ejércitos para liberar a la iglesia y a Israel, apresando al falso profeta y a la bestia (Apocalipsis 19,11-21; 20,9-10); al venir por segunda vez “el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con voz de trompeta de Dios” (1 Tesalonicenses 4,16-17), lo primero que ocurrirá será la resurrección de los muertos que murieron en Cristo (1 Tesalonicenses 4,16); enseguida, acontecerá la transformación de los evangélicos vivos en la tierra, entonces, todos los justos, tanto los muertos resucitados como los vivos transformados, serán “arrebatados para recibir al Señor en el aire” (1 Tesalonicenses 4,17; 1 Corintios 15,51-52); el ángel que tiene “poder sobre el fuego” meterá su “hoz aguda” vendimiando las “uvas”, es decir, a las personas malas, echándolas “en el gran lagar de la ira de Dios” (Apocalipsis 14,14-20); ya muertos resucitarán enseguida juntamente con los demás pecadores “para ser juzgados” (Juan 5,29) y condenados todos al castigo eterno. Este es su triste y doloroso fin, la tierra misma y todo el universo material serán destruidos (2 Pedro 3,9-12).
Se dan cuenta del complicado entresacado de capítulos y versículos de uno y otro lado para dar tan diferentes interpretaciones ¿Será esta la unidad que proclamó Jesús?: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Juan 17,21) ¿Verdad que no? Realmente si uno va examinando las diferencias entre los adventistas y los evangélicos, y a su vez entre las distintas denominaciones protestantes, estas verdaderamente son bastante importantes. Para que tengan una idea, solo en los Estados Unidos de América (E.U.A.) existen hoy en día más de 23 mil denominaciones protestantes, cada una con puntos de vista diferentes sobre los mismos temas doctrinales y sin embargo, todas señalan tener en común la dirección del „Espíritu Santo‟ (Estadísticas de las Naciones Unidas – World Census of Religious Activities [U.N. Information Center, NY, 1989]). Y pensar que cuando yo era niño creía que el mundo estaba dividido solamente entre tres grupos, católicos, adventistas y evangélicos. A la vuelta de unos siete años, ya como adolescente empecé a estudiar con los „Testigos de Jehová‟ que andaban de visita de casa en casa. Esta congregación que se originó en 1870 en Allegheny, hoy parte de Pittsburgh (Pensilvania, E.U.A.), tuvo como promotor a Charles Taze Rusell. Emergió del grupo de los „Adventistas del séptimo día‟ al discrepar con estos sobre la forma de interpretar las Escrituras y profecías del libro de Daniel.
De los „testigos‟, como los llamaré de ahora en adelante, admiraba principalmente su disciplina, estudio y perseverancia para difundir el mensaje de
la „Watchtower Bible and Tract Society‟ (La Atalaya de la Biblia y Reglas de la Sociedad conocido también como Cuerpo Gobernante), cuya sede hoy aun permanece en Brooklyn, New York, E.U.A. Recuerdo que los conocí a mediados de 1973, cuando recién yo había comenzado a estudiar en la universidad; eran momentos en que los „testigos‟ predicaban en voz baja (ya que anteriormente habían fallado muchas veces) que el comienzo del milenio sería en septiembre de 1975 pues allí se cumplirían los 6.000 años del hombre sobre la tierra, los cuales se referían a los 6 días de la creación del Génesis y entraba el séptimo día, el día de reposo de Dios, y por tanto estos 1.000 años vendrían precedidos por la terminación de los inicuos (Libro: Vida Eterna en Libertad de los Hijos de Dios, 1966). En esos días observaba como sermoneaban a las señoras de la congregación que estaban embarazadas, pues decían que no habían considerado el alerta de las persecuciones que sobrevendrían durante la gran tribulación que se avecinaba y corrían el riesgo de perder sus vidas y la de las criaturas “¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días!” (Mateo 24,19; Marcos 13,17).
Ante todas estas expectativas y entusiasmo, recuerdo haber estado planificando con otro miembro „testigo‟ el salir a la calle y vender café en unos termos, bien en el barrio o en el casco central de Maracaibo, y así predicar a tiempo completo sobre las advertencias del comienzo inminente del milenio, es decir, estuve a punto de abandonar los estudios de ingeniería a pesar de que era un excelente estudiante. Aunque no era „testigo‟, pues no me había bautizado en su organización, ellos me tenían gran confianza pues había asimilado rápidamente sus enseñanzas y me invitaban a
reuniones a las que no invitaban a otros no bautizados, aunque ellos no podían conocer las dudas que se removían en mi mente. La enseñanza de que Jesús no era engendrado de Dios, que no provenía de su misma sustancia, sino que había sido la primera creatura creada por Dios y por tanto no era Dios, según su errónea interpretación de „Apocalipsis 3,14‟, era lo que me encendía y hacia girar la cabeza en todo momento. Lo que enseña Juan 10,17-18 es muy claro: “17 Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla á tomar. 18 Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla á tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”. Aquí lo que Jesús dice claramente es que Él es la vida original, que no proviene de otra vida y por eso puede darla y volverla a tomar, es Dios infinito y omnipotente y es Hijo eterno y existente por sí mismo. Y lo que enseña Apocalipsis 22,13 es más claro todavía: “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin.
Después de varias noches de oración a Dios pidiéndole por alguna iluminación, dadas las dudas que tenía sobre el concepto que ellos manejaban sobre Jesús, de la cercanía del milenio y mi diatriba de si debía o no dejar los estudios, encontré en una librería protestante, „La Estrella de la Mañana‟, unos libritos que en defensa de esa Fe hablaban de las veces que los „testigos‟ habían señalado el comienzo del fin sin que hasta la fecha hubiese ocurrido algo; los compré y devoré rápidamente su lectura. Entonces crecieron mis dudas
sobre la veracidad de las doctrinas enseñadas por los „testigos‟ y definitivamente, abandoné el estudio de la Biblia con ellos. Recuerdo a dos profesores de Análisis Matemático de la universidad, Carlos Pacheco y a otro del que solo recuerdo su apellido, Ojeda, quienes eran también miembros del circuito sur de esa organización religiosa; ellos me alentaban a no abandonar los estudios de la Biblia con ellos; el profesor Ojeda, a quien en ocasiones le ayudaba a corregir los exámenes de Análisis Matemático, me aseguraba que según los cálculos matemáticos que él y el profesor Pacheco habían hecho, referentes a las profecías, la fecha de la entrada del milenio era imposible que no ocurriera durante el próximo septiembre de 1975, eso era como sumar 2 más 2. Definitivamente transcurrió el año 1975 y no ocurrió nada de lo predicho por ellos, muchos „testigos‟ abandonaron sus creencias para entonces. Para esa época ya en mi casa había una mescolanza de religiones, había adventistas, evangélicos y solo un hermano mío y mi persona seguíamos siendo católicos de „primera comunión‟.
Me casé y me gradué como Ingeniero Petrolero, y aunque ya para esa fecha había leído la Biblia completa pasé un tiempo muy desinteresado por su estudio y enseñanzas, casi era un escéptico pues veía la proliferación de religiones, todas pregonando ser dueñas de la verdad de Cristo y enseñando cada una cosas diferentes como las que ya hemos visto. Me sentía realmente confundido, pues tampoco era que en los miembros de la Iglesia católica veía un ejemplo de dechado de virtudes, pues lamentablemente en la mayoría de ellos
predominaba, y aun no puedo decir que ha cambiado algo, un „sincretismo religioso‟, una especie de mezcla entre cultos de santería, espiritismo, creencias afro-indígenas y la verdadera adoración, creando así un „remix‟, utilizando este anglicismo técnico de mezcla de sonidos, para todos los gustos y que desgraciadamente siempre terminan con la tergiversación de la sana doctrina y en la pagana adoración de ídolos.
Después de cierto tiempo fui enviado por la empresa donde trabajaba a Holanda y a Estados Unidos de América (E.U.A.), para realizar algunos estudios de especialización en mi carrera. Viviendo en E.U.A. me tropecé nuevamente con los „testigos‟, y asistí a varias de sus reuniones más por curiosidad de escuchar sus prédicas en inglés que por estudiar la Biblia. Recuerdo que también me llegaban a la residencia donde vivía en la ciudad de Tulsa, OK, unas invitaciones para asistir a una iglesia pentecostal que rivalizaban con otras de la iglesia „Oral Roberts‟, una comunidad carismática que predicaba mucho sobre la „doctrina de la prosperidad‟. Esta iglesia tenía muy fuerte arraigo en la ciudad de Tulsa y tienen allí una universidad propia, la Oral Roberts University (ORU). Ellos aconsejaban que uno se acercara a las mejores urbanizaciones y escogiera pararse frente a la mejor casa y la visualizara como propia o frente al mejor carro que estuviesen exhibiendo en las concesionarias, allí uno le clamaría a Dios con una fuerte convicción: ¡Señor esa casa o ese carro es mío! Lo malo era que luego de esa meditación profunda había que ir a aportar una generosa ofrenda en dólares para esa iglesia, solo así Dios le cumpliría a uno su deseo; dar con generosidad para
poder recibir generosamente era uno de sus lemas. Para ello utilizaban el consejo de Pablo a los Corintios: “6 Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente…10 El que da al agricultor la semilla y el pan que lo alimenta, también les dará a ustedes la semilla en abundancia, y hará crecer los frutos de su justicia” (2 Corintios 9,6.10). Torciendo la interpretación de las escrituras este grupo evangélico inculcaba un concepto moderno de „ley de crédito e intereses‟, totalmente ajeno a la mentalidad antigua de los judíos, estableciendo una especie de regateo con Dios.
Recuerdo que desde la iglesia pentecostal me enviaban por correo muchos pañuelitos de distintos colores y palmas de las manos y de los pies hechos de papel, allí tenía yo que colocar mis peticiones a Dios y un dólar o más por cada pañuelito de color o dedos de la mano y pies de las plantillas; mientras que la iglesia de Oral Roberts me enviaba pequeñas redes de un hilo especial, con unas puntas o hilachas que se dejaban caer por sus costados para que por cada una de ellas ofrendara un dólar o más junto a mis peticiones personales; el pastor luego recogería esas redes y las arrojaría en sus próximos viajes al Mar de Galilea, donde Jesús pescó con sus discípulos; los dólares me imagino que los arrojaría también pero a una cuenta bancaria. Así pues, esta metodología que según estos hermanos era para que Dios le concediera a uno sus deseos distaba de ser más generosa que la del cuento del „genio de la lámpara‟, pues este para concederle a uno los deseos solo exigía que le frotasen su lámpara con las
manos, mientras que estas organizaciones evangélicas había que frotarles sus cuentas bancarias con dólares para que viese uno cumplido sus anhelos. Es que era realmente un confite de propagandas de las distintas iglesias que llenaban los buzones de mi correo con el afán de recaudar dinero, allí falló la pupila de estos líderes religiosos pues se fijaron en quien no tenía dinero. En el año de 1977 el pastor Oral Roberts, dijo que Dios le había aparecido y le comandó a construir un centro médico que llamaría la „Ciudad de la Fe‟. Luego en 1980 dijo que había hablado cara a cara con un Jesús gigantesco quien le advirtió que si no conseguía 8 millones de dólares en un año moriría, parece que los consiguió porque no murió. Roberts tenía muchas deudas que pagar, sin embargo en 1989 tuvo que cerrar la „Ciudad de la Fe‟ porque no pudo pagar su creciente endeudamiento. Sus fieles seguidores sin embargo no lo acusaron de falso profeta y millones de dólares siguieron fluyendo hacia su ministerio. En el 2007 algunos profesores demandaron a la Oral Roberts alegando que Richard Roberts, hijo de su fundador, y su esposa Lindsay habían vilipendiado el dinero de la universidad y habían cometido otras faltas. El dios dinero se apoderó de esa organización que predicaba „la prosperidad‟ como señal de la bendición de Dios.
Al terminar mis estudios me vine nuevamente a Venezuela, realmente en esa época estaba alejado de Dios, estaba atrapado en la confusión. Me preguntaba también „¿Señor pero si existe Tú Iglesia, cuál es, cómo puedo hallarla? Todas las denominaciones dicen tener la verdad, todas dicen que el Espíritu Santo las inspira, pero ¿Por qué entonces tanta diversidad
de doctrinas? ¿Dónde se cumplía aquello que oraba Jesús de acuerdo al evangelio de Juan 17? “20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. Sin duda que estas palabras de Jesús tenían que estarse cumpliendo en Su Iglesia ¿Pero cómo saber cuál de ellas era la que realmente permanecía unida con la calidad de unión existente entre Jesús y el Padre? „Que rompecabezas nos puso Dios a los humanos‟ pensaba. Me decía „Nos dejaste un libro inspirado que es un verdadero quebradero de cabezas a pesar de que a través de Jesús nos dijiste que no nos dejarías huérfanos (Juan 14,18)‟, me sentía mal.
Así fue como comencé a elucubrar en mi mente otras ideas, pensaba que tal vez como las partículas fundamentales de los cuerpos interaccionaban unas con otras y en ocasiones se modificaban al igual que su entorno, posiblemente a una escala mayor las fuerzas generadas por los átomos que componían las rocas y minerales, y las inmensas fuerzas generadas por los grandes cuerpos celestes del universo, también podían influir sobre nuestras vidas, gobernando en cierta manera nuestras conductas y destinos sin darnos chance a pensar o decidir por nosotros mismos, es decir, ¡fuerzas externas nos tenían atrapados y a su merced!. Esto me hacía culpar a Dios por haberse permitido semejante desatino, porque entonces ¿Cómo fue que fuimos
creados libres y dueños de nuestros actos? Ya me estaba volviendo un hereje, reclamándole a Dios. Todo ese vaivén de mis reflexiones parecía irme arrancando de aquella incipiente Fe de católico de „primera comunión‟, pero allá en un rincón de mi corazón yo creía en Dios, en Jesús su hijo engendrado y Señor nuestro que nació de una Virgen y murió por nosotros y así fue que, quien sondea las entrañas y los corazones (Jeremías 11,20; 17,10; 20,12) y que conoce perfectamente a los justos y a los culpables, finalmente me fue sacando de las fauces de ese abismo.
Paralelamente a la confusión que yo viví, en mi casa existía una guerrilla, mi madre y algunos de mis hermanos seguían siendo adventistas y mi padre era evangélico; las discusiones y enojos por las distintas interpretaciones de la Biblia eran a veces el fluir del día. Luego de la muerte de mi padre, que ante la presencia del Señor esté, mi hermana menor, tal vez por haber estado un poco apegada a él, se volvió hacia el cobijo de los evangélicos y acudía a la iglesia „Príncipe de Paz‟. Se bautizó y casó en esa iglesia y al poco tiempo ella y su esposo se mudaron de esa congregación y comenzaron a asistir a la iglesia „La Cruz‟ de denominación pentecostal, ubicada en el centro de la ciudad de Maracaibo. Después de un corto tiempo, no sé por qué razón, decidieron montar tienda aparte y hoy día mí hermana y su esposo son „pastores‟ y dirigen su propia iglesia, sin ningún estudio teológico ni nada por el estilo, allí se ha hablado de los pactos de prosperidad, ocurren sanaciones, se alargan brazos y piernas a quienes padecen de esas asimetrías de sus
miembros, en fin, ellos gozan de una „auto revelación del espíritu‟. Así fue como mis hermanos y mi madre, primariamente católicos de „primera comunión‟ y luego adventistas, se fueron convirtiendo esta vez a evangélicos, atrapando también al único hermano católico de „primera comunión‟ que me quedaba, bueno, pienso que para ser un católico de „primera comunión‟ mejor era que fuese evangélico. Mis hermanos obtuvieron otro nuevo bautismo en la iglesia protestante que ahora dirige mi hermana junto a su esposo, la que por sus frutos parece ser una denominación neo pentecostal independiente. Ya para este entonces mis hermanos y mi madre llevan dos y tres bautismos: el católico, el adventista y ahora el evangélico (Si es por la cantidad de bautismos que se gana la salvación, ellos han rebasado el cumplimiento de ese requisito).
Hace unos ocho años estaba descansando en mi habitación observando los programas por cable de la televisión, y cambiando de canales me tropecé con el canal de E.W.T.N. (Eternal Word Television Network), un canal católico que se transmite desde Birmingham, Alabama, fundado en el año 1981 por la madre Angélica (Rita Antoinette Francis Rizzo), monja Franciscana del Santísimo Sacramento, y que comenzó a transmitir su programación en español las 24 horas al día hacia América Latina y España en 1996. Allí vi una entrevista que le hacían al Dr. Scott Hahn en el programa „El Regreso a Casa Journey Home‟ dirigida por el ex pastor presbiteriano Marcus Grodi. El doctor Hahn es un teólogo y PHD muy reconocido en los Estados Unidos, también ex pastor presbiteriano y que se convirtió al catolicismo en la Pascua de 1986 en Milwaukee, Wisconsin. La entrevista me pareció tan interesante que dejé el control remoto de mi televisor a un lado, escuché al doctor Hahn y quedé entusiasmado con lo que dijo,
hizo muchas referencias a su libro „La cena del Cordero‟. Después de esto me sumergí literalmente en Internet y comencé a leer en las páginas en inglés y español todas las informaciones sobre este teólogo y descubrí que también había otro grupo de pastores norteamericanos que se habían convertido al catolicismo, muchos de ellos nacidos inclusive bajo la creencia de alguna denominación protestante. Todos ellos, aunque provenientes de distintas denominaciones: Luteranos, bautistas, presbiterianos, congregacionalistas, metodistas, pentecostales, etc., tenían algo en común, lo que los trajo a la Iglesia Católica fue su deseo de servir a Dios y el haber profundizado en el estudio del Origen de la Iglesia, es decir, el estudio desde los Hechos de los Apóstoles, pasando por los libros de los primeros padres (los discípulos de los apóstoles) hasta la historia de nuestros días. Seguí escuchando y viendo el canal de E.W.T.N. y me gustaron muy especialmente los programas de „Catecumenado‟ que dirigía el hermano Frank Morera, „Estoy en casa‟ con el ex pastor pentecostal Fernando Casanova y „Conozca primero su Fe Católica‟ con el padre Pedro Núñez. Empecé a anotar los libros que recomendaban y a comprarlos o bajarlos por internet, comencé a leer con entusiasmo lo que encontré de los primeros padres de la Iglesia, Clemente de Roma (obispo y mártir de roma en el año 90 , o sea 57 años después de la muerte de Jesús), San Ignacio de Antioquía (discípulo de Pedro y de Juan, nacido tres años después de la muerte de Jesús), San Policarpo de Esmirna (consagrado por Juan el bautista), San Irineo obispo de Lyon (siglo II), doctores de la Iglesia como San Atanasio de Alejandría (siglo III), San Agustín de Hipona (siglo IV), la Didajé (libro cristiano del segundo siglo), los libros de las Historias judías de Flavio Josefo (historiador judío del primer siglo), etc., etc.
Comencé a congregarme nuevamente en la Iglesia Católica, sin entender mucho sobre el significado de la Misa y la presencia real de Jesús en la
Eucaristía; empecé a estudiar en el Instituto Bíblico Santo Tomás Moro dirigido por el padre Laudis Zambrano, un experto en arqueología bíblica de Jerusalén, con amplios conocimientos del hebreo, griego, latín y otros idiomas, todo un erudito. Con él me confesé por primera vez desde que lo había hecho antes de mi primera comunión, lo que para mi representó un gran cambio definitivamente, un nacer de nuevo. Para ayudarme en la traducción de los idiomas hebreo y griego, que además del arameo fueron los mayormente utilizados por los escritores inspirados del Antiguo y Nuevo testamentos, decidí empezar a estudiarlos por mí cuenta, utilizando para ello diccionarios y páginas de internet. Pude haberlo hecho de forma más metódica en el Instituto Santo Tomás Moro con el padre Laudis, pero tenía primero que esperar pasar varios niveles de cursos que demorarían al menos un año (por normas del Instituto) y las obligaciones con mi familia me harían demorar mucho más, y yo quería aprender rápidamente al menos lo básico, y eso podría hacerlo en mi casa aunque fuese por la madrugada. Hoy día ya comienzo a conocer la estructuración y lectura de esos idiomas, lo que me ha ayudado bastante, pues ahora conociendo la raíz de origen de las palabras en dichos idiomas, puedo tener una mejor comprensión de ellas o de los versículos difíciles que han sido traducidos a nuestro idioma o al inglés (idiomas en el que al menos puedo hablar y leer), sin reflejar el sentido autentico que sus escritores originales quisieron darle en su momento.
Con mi apetito en aumento por aprender más de la Palabra de Dios, he leído por nombrar algunos libros: „La ciudad de Dios‟ de San Agustín, „La Didajé‟ o doctrina de los apóstoles, el „Pastor de Hermas‟, otros menos antiguos como obras de „Martín Lutero‟, el „Denzinger‟ que es un compendio del Magisterio de la Iglesia y otros más recientes como
algunos escritos de los Papas „Juan Pablo II y Benedicto XVI‟, libros teológicos del „Dr. Raymond Brown‟, „Dr. Scott Hahn‟, „Dr. Brant Pitre‟, historias de las culturas Egipcia, Griega, Fenicia, Asiria, Romana, Judía, etc., etc. Entre mis reflexiones favoritas, producto de largas horas de estudios y trasnochos, me he apropiado de esta que un día llegó a escribir San Agustín, en el siglo IV: Tarde he llegado a amarte hermosura tan antigua y tan nueva tarde he llegado a amarte. Estabas conmigo y yo no lo sabía. Estabas en mi interior y yo fuera de mí tratando de alcanzar el bien y la belleza creados por ti”. Empecé a darme cuenta que había una historia de la Iglesia desde el día de Pentecostés, relatada en la Biblia y otros libros escritos paralelos a su desarrollo, y comencé a enlazar lo que dicen las Escrituras con las opiniones de los primeros padres y a entender más sobre la Fe guardada por la Iglesia a lo largo de 2.000 años de su historia. Comencé a entender claramente la promesa de Jesús hecha a Simón Barjonas luego que él le reconociera como el Cristo, el Hijo de Dios: “16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: - Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Entonces le respondió Jesús: - Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. (Mateo 16,16-19).
Ha sido asombroso, un nuevo panorama se ha ido abriendo delante de mis ojos. Jesús le prometió a la „roca en griego petros‟ que era Pedro (grande o chiquita, no lo discutiré aquí, solo les recuerdo a los hermanos evangélicos que Jesús hablaba arameo y que la palabra que utilizó fue Κηφᾷ o Kefás, arameico de roca, vean 1 Corintios 15,5 y para que al traducirla al griego se corresponda al género masculino se hace como Πέτπορ – Petros, que latinizado es Pedro) que las puertas del infierno jamás prevalecerían contra la IGLESIA, y a él, solo a él le daría las llaves del reino de los cielos para atar y desatar en la tierra y en el cielo. Hay que colocarse en el pensamiento y en los pies de los judíos del primer siglo, muchas veces tenemos problemas al querer interpretar las Sagradas Escrituras bajo la visión que tenemos del siglo XXI y no solamente eso, sino bajo la conformación de una cultura totalmente diferente a la de los judíos del primer siglo. ¿Qué significa que Jesús le entregaría las llaves del reino de los cielos a Pedro? Pedro le acababa de decir a Jesús que Él era el Mesías y Jesús le dice a Simón “… y tu eres Pedro [Πέτρος cuya transliteración en griego es Petrus: roca]… y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos” ¿Qué es eso? En Isaías 22,20-25 tenemos la respuesta: “20 Aquel día llamaré a mi siervo Elyaquim, hijo de Jilquías. Le revestiré de tu túnica, 21 con tu fajín le sujetaré, tu autoridad pondré en su mano, y será él un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. 22 Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá. 23 Le hincaré como clavija en lugar seguro, y será trono de gloria para la casa de su padre. 24 Colgarán allí todo lo de valor de la casa de su padre - sus descendientes y su posteridad, todo el ajuar menudo, todas las tazas y cántaros. 25 Aquel día - oráculo de YHWH Sebaot - se removerá la clavija hincada en sitio seguro, cederá y caerá, y se hará añicos el peso que sostenía, porque YHWH ha hablado.
Esta es una profecía donde Dios promete instaurar un nuevo mayordomo en Israel (Elyaquím, quien de hecho llegó a ser mayordomo en lugar de Sebná. Ver 2 Reyes 18,18; 19,2; Isaías 33,3; 37,2). El mayordomo era un ministro con las llaves del reino. Aunque el resto de ministros también tenía autoridad, la autoridad del mayordomo era superior. Todos ataban y desataban, pero lo que el mayordomo ataba los otros ministros no lo podían desatar y viceversa (se refiere esto a la autoridad de tomar decisiones). El mayordomo no era el rey, tenía autoridad conferida de la mano del Rey. Aquí claramente el mayordomo es Pedro y el rey quien le confiere las llaves es Jesús. ¡Dios mío!, aquí empecé a entender el papel importante que se le había asignado a „Kefás‟, al discípulo de Jesús antes llamado Simón, él (Petros) estaba siendo colocado como primera piedra sobre la roca desechada (en griego λίθορ ἐξοςθενηθεὶρ – transliterado litos exouthenētheis) o roca fundamental que era Cristo (en griego κευαλὴν γωνίαρ – transliterado quefalén gónias, Hechos 4,11). Lo mismo había pasado con Abram, luego llamado „Abraham‟ cuando pasó a ser llamado padre de muchos pueblos (Génesis 17,4), a Jacob, luego llamado „Israel‟, padre de las doce tribus de Israel (Génesis 35,10-11), a la Virgen María, llamada „Kejaritomene‟ (en griego κεσαπιτωμένη) por el ángel Gabriel: la „llena de gracia desde antes, ahora y por siempre‟ y que comúnmente se ha simplificado su traducción como „llena de gracia‟ (Lucas 1,28).
Comencé a ver que cada vez que en la Biblia uno de sus personajes tenía un papel fundamental que cumplir dentro del plan de Salvación de Dios, se le cambiaba el nombre ¡Qué cosa más grande esta! Su papel importante le es confirmado a Pedro cuando el
Señor resucitado, antes de partir a los cielos, le pregunta: “15 [Jesús le pregunta] Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Le respondió [Pedro]: -- Sí, Señor; tú sabes que te quiero. Él le dijo: -- Apacienta mis corderos. 16 Volvió a decirle la segunda vez: --Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: --Sí, Señor; tú sabes que te quiero. Le dijo: --Pastorea mis ovejas. 17 Le dijo la tercera vez: --Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le dijera por tercera vez: “¿Me quieres?”, y le respondió: --Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: --Apacienta mis ovejas.” (Juan 21,15-17).
Es decir, al principio de su predicación, Jesús le señala a Pedro su papel dentro del plan de salvación y luego, justo antes de partir al cielo le recuerda tres veces: “Pedro apacienta mis ovejas”. ¡Qué papel el de Pedro para la Iglesia!, cuán importante su responsabilidad. Jesús no le preguntó ni siquiera acerca de su Fe puesto que él le acababa de negar tres veces, Él le pregunta más bien si le seguía amando y se lo preguntó „tres veces‟ enfatizando que tanto su pregunta, como la respuesta recibida y el requerimiento dado a Pedro tenían una importancia de primer orden, y de segundo orden y de tercer orden. Imagino que saben lo que en la Biblia significa el número 3 para Dios, este número demuestra combinación en el sentido de unidad completa, plenitud y perfección divinas, como en la Trinidad. Entonces “si me amas”, le dijo Jesús tres veces, “apacienta mis ovejas”. De hecho, Pedro se tomó este papel muy en serio, después del derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, aquel Pedro antes temeroso se convirtió en un evangelista agresivo, ese día que le llamaron borracho, dice la Biblia,
que se convirtieron como tres mil personas después de su sermón (Hechos 2,41). Desafortunadamente nuestros hermanos protestantes alegan enérgicamente que las palabras „lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos…‟ no otorgan privilegios especiales a Pedro, puesto que se otorgó exactamente el mismo don a todos los apóstoles según Mateo 18,18. Si, es un hecho que en ese pasaje se dirigen las mismas palabras a los discípulos, pero existe una gran diferencia entre el don que se otorga a Pedro y el que se otorga a los demás. En el caso de Pedro, el don está relacionado con el poder de las llaves y este poder, como hemos visto, significaba la máxima autoridad sobre todo el reino. Ese poder no les fue otorgado a los demás discípulos. Jesús les da el poder a los discípulos en cuanto que ellos son súbditos del reino, sujetos a la autoridad de aquel a quien Él le había entregado las llaves, su Mayordomo, su Vicario. Existe un importante paralelo entre Pedro nombrado en Mateo 16,19 y Jesús en Apocalipsis 3,7. Veamos: „A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.‟(Mateo 16,19) „Al Ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe: Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir.‟(Apocalipsis 3,7). En ambos casos la segunda cláusula aclara el significado de la primera, el que tiene las llaves tiene el poder supremo de abrir y cerrar. El poder de las llaves lo tiene exclusivamente Cristo y Éste se lo otorga únicamente a su Mayordomo, Pedro.
Después de entender la preponderancia del papel de Pedro en la Iglesia comencé a entender el otro papel
que dentro de nuestro plan de salvación tiene el Espíritu Santo, el cual está muy ligado al papel de la Virgen María, rol que sin embargo no resaltaré en esta presentación para no hacerla tan extensa. Luego de la manifestación del Espíritu Santo en el bautismo de Jesús por Juan el Bautista, el Señor comienza a hablarles a sus discípulos de la función que tendrá el Espíritu Santo después de su partida; en el capítulo 14 de Juan vemos como Jesús habla de su partida, y le dice a los discípulos que no van a quedar solos, que les enviará un paráclito (del griego „parakletos‟, que literalmente significa „aquel que es invocado, el confortador, el ayudador‟, es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador) que estará con ellos para siempre (del griego „aión‟, que significa „por las edades, por los siglos‟). En el capítulo 15 y 16 del mismo libro de Juan, el Señor Jesús insiste: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15,26). “os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16,7). “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad.” (Juan 16,13). Después de su resurrección Cristo les señaló a los apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” (Marcos 16,16).
Esta orden de Cristo fue cumplida por los Apóstoles, después de ser investidos por el Espíritu Santo el
día de Pentecostés, ellos comenzaron a predicar el evangelio a todas las naciones, bautizando a familias enteras (Hechos 16,15.33). De las enseñanzas de estos apóstoles hemos recibido lo que se conoce como el „Depósito de Fe‟, es decir, todo lo que ha sido revelado por Dios. El „Depósito de Fe‟ se compone de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición Apostólica (1 Corintios 11,2; 2 Tesalonicenses 2,15; 3,6; Juan 21,25). Ya después de la muerte de los Apóstoles, ya no ha habido Revelación Divina destinada a la humanidad entera. La acción del Espíritu Santo, sin embargo ha continuado; el „Depósito de Fe‟ ha sido salvaguardado por Él dentro de la Iglesia. Así vemos como Cristo señala: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce.” (Juan 14,16). Jesús resucitado les promete a sus Apóstoles que estará en medio de ellos: “Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,20).
Así la voluntad de Cristo se cumplió y su misión de predicar el evangelio a todas las naciones ha sido continuada por los apóstoles y sus discípulos esparcidos por todo el mundo en todas las épocas. De manera que en la Iglesia existe una continuidad de desarrollo doctrinal que puede ser atestiguado por la tradición literaria y que ha mantenido intacto el „Depósito de Fe‟ transmitido por los apóstoles. Por eso la Iglesia desde el tiempo de los apóstoles se ha tenido que mantener inmutable en su ciencia, en su discernimiento y enunciación de la verdad, porque de que manera podrían cumplirse las palabras de Jesús cuando oraba por sus discípulos:
para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Juan 17,21). Por tanto, el Espíritu Santo mora en la Iglesia Católica a perpetuidad para divinamente ayudarla a enseñar a todas las naciones todo lo que Cristo mandó todos los días, hasta la consumación del mundo.” (Mateo 28,19-20). Cada vez que fui adentrándome en el conocimiento de la historia de la Iglesia, observando como a través de los siglos esta se iba desarrollando con el mensaje único de los padres de la Iglesia, mis ojos se fueron abriendo tal como el entendimiento. Recuerdo que uno de los mensajes impactantes que leí en el DENZINGER o Magisterio de la Iglesia fue el de San Ignacio (obispo de Antioquia), nacido en el año 30, discípulo de Pedro y de Juan, y uno de los padres de la Iglesia, quien dice en su carta a los Esmirnianos, verso 8: „Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la Iglesia CATOLICA.‟ Refiriéndose obviamente a la Iglesia que fundó Cristo. Esta fue una forma de responder: „no somos una secta judía, somos la Iglesia „Universal‟. Esta es la primera vez que aparece en los escritos antiguos que tenemos hasta ahora la palabra „CATOLICA‟ refiriéndose a la iglesia. Allí me dije „¡Dios mío!, la Iglesia Católica existe como tal desde el mismo primer siglo‟. Esto fue para mí un descubrimiento maravilloso y otra vez redundo, no podía ser de otra manera, Jesús lo prometió: “las puertas del hades no prevalecerán contra ella.” (Mateo 16,18).
Allí mismo aprendí que el Canon de la Biblia que todas las iglesias Cristianas hoy día tienen en sus
manos fue aprobado por la Iglesia Católica en el „Sínodo III de Cartago‟, el 28 de agosto del 397 cuando estas iglesias protestantes aún no existían. Con el descubrimiento de toda esta información nueva para mi, comencé a entender las razones de una Iglesia visible, la labor de Pedro y del Espíritu Santo. Sin embargo, otra pregunta surgía en mi ¿Entonces cuando fue que comenzó todo esto del protestantismo? Veamos sucintamente el desarrollo de la historia de la Iglesia hasta el momento crítico en el que surgió el protestantismo.
Resumen sobre la evolución de la Iglesia desde el siglo I hasta el surgimiento del protestantismo en el año 1517.

mapa

Para ubicarnos mejor en el entendimiento de la historia repasemos un poco sobre la geografía y las extensiones del Imperio Romano en tiempos de Jesús. La etapa de mayor auge del Imperio Romano coincidió prácticamente en el tiempo de la vida de nuestro Señor, en el siglo I de nuestra era, en ese tiempo, durante el reinado del primer emperador de Roma, Cayo Julio César Augusto, las fronteras de Roma se extendían desde La Galia, La Germania, toda la península Ibérica, Los Alpes, Retia, Nórdico, buena parte del norte de África, la península Itálica, Dalmacia, Macedonia, Panonia, Mesia, la península Griega, parte de la Anatolia, Chipre, Cilicia, Galacia, Licia, una franja del Oriente próximo y Egipto. Posteriormente entre el año 14 y 96 d.C. se anexaron la zona sur de Britania, Mauritania, Siria, toda Judea, Capadocia, Panfilia, Tracia, los campos documentes y la zona central de Britania, mientras que en el siglo II se anexan Dacia, Arabia y parte de la actual Argelia. Mapa del Imperio Romano de Occidente y Oriente durante el siglo II.

Que Jesús se presentara ante los sacerdotes judíos como el Mesías, el Hijo de Dios y les insinuara que lo verían sentado a la derecha de Dios y venir sobre las nubes era una blasfemia (Mateo 26,63-64) que merecía la muerte (Mateo 26,66). Así fue que se decidió que Jesús fuese crucificado el 3 de abril del año 33 („Dating the Crucifixion‟, Colin J. Humphreys and W. G. Waddington, Nature Magazine, Volume 306, December 22/29,1983). Después de la muerte y ascensión de nuestro Señor Jesucristo y del derramamiento del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego en el día de Pentecostés, la vida cristiana comenzó azarosamente con la persecución iniciada por los judíos de Jerusalén, específicamente por los miembros del sanedrín, y continuada por los representantes del gobierno imperial romano. El prefecto de Iudaea (reino de Judea y territorios de Samaria e Idumea) Poncio Pilato fue relevado del mando por Vitelio (gobernador de Siria) en el año 36, después que Pilato reprimiera fuertemente una revuelta de los samaritanos (pueblo cuyo origen se remonta al año 740 a.C. y que habitó Siquem y las tierras del norte cuando las diez tribus de Israel fueron conducidas por los asirios al exilio), crucificando a varios insurgentes. Durante los años 40 y 41 la provincia de Iudaea gozó de cierta autonomía cuando Herodes Agripa I (nieto de Herodes el Grande) llegó al poder, nombrado rey por el emperador Claudio. En el libro de los Hechos capítulo 12,19-23 se habla de este Herodes:
“19 Herodes le hizo buscar [a Pedro quien había sido liberado de prisión por un ángel] y al no encontrarle, procesó a los guardias y mandó ejecutarlos. Después bajó de Judea a Cesarea y se quedó allí. 20 Estaba Herodes fuertemente irritado con los de Tiro y Sidón. Estos, de común acuerdo, se le presentaron y habiéndose ganado a Blasto, camarlengo del rey, solicitaban hacer las paces, pues su país se abastecía del país del rey. 21 El día señalado, Herodes, regiamente vestido
y sentado en la tribuna, les arengaba. 22 Entonces el pueblo se puso a aclamarle: « ¡Es un dios el que habla, no un hombre!» 23 Pero inmediatamente le hirió el Ángel del Señor porque no había dado la gloria a Dios; y convertido en pasto de gusanos, expiró”. El historiador judío del siglo I, Flavio Josefo, escribió acerca de la muerte de Herodes Agripa, que encaja con este relato de la Biblia: “Cuando Agripa llevaba tres años enteros gobernando en Judea, llegó a la ciudad de Cesárea, que en el pasado se llamaba la Torre de Estrato. Allí preparó una exposición en honor de Cesar, inaugurándolo como un festival para el Emperador. Y vinieron un gran número de oficiales de alto rango y condición. Al día siguiente, a la salida del sol, se puso una túnica toda ella de plata y caminó hacia el teatro. Entonces la plata brilló con todo su esplendor causando una especie de temor y de temblor en aquellos que estaban viendo el espectáculo. De inmediato la multitud llamó desde varios lugares, con palabras que en verdad no eran para su bien, tratándole como a Dios, y gritando: En el pasado te hemos honrado como hombre, pero ahora te honramos con una naturaleza superior a la de cualquier mortal. El rey no reprendió, ni se mostró en desacuerdo con las lisonjas de la multitud….Sintió un agudo dolor abdominal, comenzando con un violento ataque….De modo que fue llevado rápidamente al palacio y se extendió por todas partes la noticia de que no tardaría mucho en morir….Y cuando hubo sufrido continuamente durante cinco días, a causa del dolor en el abdomen, murió a la edad de cincuenta y cuatro años, después de haber estado gobernando durante siete años.” A la muerte de Herodes (44), lo sucedió su hijo Herodes Agripa II y es mencionado en la Biblia en su encuentro con San Pablo (Hechos 25,13-26.32), a quien acusó, en son de broma, de tratar de hacerlo cristiano.
Pedro y Juan fueron encarcelados por los jefes judíos con aprobación del sumo sacerdote Ananías, quien no obstante más tarde los liberó (Hechos 4,1-21). En otro momento, todos los apóstoles fueron encarcelados por el sumo sacerdote y otros saduceos,
pero fueron liberados por un ángel (Hechos 5,17-18). Los apóstoles, tras haber escapado, fueron llevados nuevamente ante el Sanedrín, pero esta vez Gamaliel (un rabino fariseo bien conocido de la literatura rabínica) convenció al Sanedrín de liberarlos (Hechos 5,27-40). Después de la muerte de Esteban por miembros del Sanedrín (Hechos 6,7-8; 7,58-60) comenzó una gran persecución en Jerusalén, comandada por un fariseo llamado Saulo de Tarso, que llevó a muchos cristianos a prisión (Hechos 8,1-3). Según el Nuevo Testamento, la persecución de este fariseo continuó hasta que se convirtió al cristianismo, cambiando su nombre a Pablo, luego de haber sido deslumbrado por una brillante luz y oído la voz de Jesús en el camino hacia Damasco, donde estaba viajando para encarcelar a más cristianos (Hechos 9,1-22). La predicación de los discípulos acerca del retorno de un Rey de los Judíos y la instauración de un nuevo reino que no tendría fin (Lucas 1,32-33) era además un motivo de preocupación para los romanos, pues podría subvertirles el orden. Los romanos dieron a los judíos en ese tiempo un autogobierno limitado; las principales obligaciones de los líderes judíos eran recolectar impuestos para Roma y mantener el orden civil. Así, los líderes judíos tendrían que suprimir cualquier conversación subversiva, y el que consideraran como eso al pensamiento cristiano, fue un potente motor para plantar en Roma la semilla del odio al incipiente cristianismo que había comenzado a expandirse desde Jerusalén hacia sus límites cercanos Antioquía hacia el norte (centro sur de la actual Turquía) y hacia el sur (Alejandría al noreste de África), así como al occidente (Grecia y Roma).
Además de este cariz político evidente, también en la vida civil los cristianos generaban odio, los acusaban de incesto y de que todos se llamaban hermanos; de practicar asesinatos rituales y canibalismo; de ateos al atacar a los dioses
romanos; de exaltar la virginidad por sobre el matrimonio; de formar sociedades secretas; en fin, fueron estas algunas de las causas motivos de motines populares contra los cristianos. La doble hostilidad de una opinión pública maldiciente y la del ámbito intelectual y político que los menospreciaba, tendía a aislar a los cristianos, reforzando así la hostilidad general. La amenaza de desequilibrar la cohesión espiritual y política del mundo romano era inaceptable, recordemos que para los romanos el emperador era honrado como máximo intermediario entre los dioses y los hombres. Para salvaguardar la seguridad del Imperio y el bienestar público había entonces que acabar con esta predicación de un Jesús Rey, un solo Dios y el de un Reino por venir. De allí surgen las falsas acusaciones y los sometimientos a juicio por la desobediencia a las leyes romanas que conducían a la aplicación de la pena capital (ahorcamiento, decapitación, crucifixión, arrojamiento a las fieras o al mar, enterramiento vivo). Así se inician las acusaciones de Nerón de acuerdo a los testimonios de Tácito (Anales 15,44), quien culpa a los cristianos del incendio de Roma en el año 64. Los cristianos son condenados a los suplicios reservados a los incendiarios.
Durante los años 67 y 70, los judíos se sublevaron debido al opresor gobernador de aquel entonces, y el general Vespasiano fue enviado por el emperador Nerón a controlar la situación. El asesinato de este último motivó a Vespasiano a dejar la guerra en manos de su hijo Tito para acudir a Roma. Tito sitió Jerusalén en el 70 y cinco meses después logró penetrar la casi inexpugnable ciudad, una vez adentro sus tropas arrasaron el Templo de Herodes, contrariando al parecer las órdenes de Tito, demolieron las principales fortalezas judías (especialmente Masada, en el año 73), y esclavizaron
o masacraron a gran parte de la población judía (Flavio Josefo, Guerra de los judíos, T VII, C X-XVIII,XXVIII). El judaísmo pasó por una crisis tremenda, los saduceos personas de la alta sociedad judía, sacerdotes ricos y aristócratas quedaron diezmados; los esenios enemigos de las prácticas religiosas del templo por considerarlas contaminadas desde el tiempo de los asmoneos y que habitaban los desiertos y se ocultaban en el área de Qumrán fueron exterminados; solo los fariseos más aguzados políticamente lograron en cierta manera sobrevivir y encausar posteriormente los asuntos religiosos. La tradición (Clemente Romano, Melitón de Sardes, Lactancio, etc.) atribuye la segunda persecución a Domiciano (años 81-96). Suetonio (Vita Domitiani, 15) y Cassius Dio (Historia Romana 67,4) hablan efectivamente de la ejecución, por „ateísmo‟ y simpatía para con las „novedades judías‟ de los cónsules romanos Flavio Clemente y de Acilio Glabrión en tiempos de los emperadores Domiciano y Trajano. Fue en esta época que el obispo de Antioquía (Siria), San Ignacio, camino hacia su martirio en Roma, escribiera algunas cartas, de las cuales hasta ahora se han encontrado siete. Es en su carta a la iglesia de Esmirna donde aparece por primera vez el nombre de „Iglesia Católica‟ como la iglesia que identifica a todos los cristianos: „Donde está el obispo está la comunidad, así como donde está Jesucristo está la Iglesia católica. (Carta a los esmirniotas, verso 8). En su carta a los romanos, en el año 96, San Ignacio, ruega a los cristianos de Roma no le priven de sufrir el martirio intercediendo por ante las autoridades romanas:
Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo en este mismo momento‟. Esta es además una referencia externa que nos indica que Pedro y Pablo sostuvieron una relación con la Iglesia de Roma que les dio una posición de autoridad, es decir, permanecieron allí como miembros activos de la comunidad, no pasajeramente, como visitantes casuales. Esta referencia de Ignacio sobre Pedro y Pablo corrobora las dos evidencias que muestran las escrituras en Colosenses 4,10 y 1 Pedro 5,13: El saludo desde Babilonia (designando simbólicamente a Roma) y la presencia de San Marcos con San Pedro que ya sabemos que estuvo en esa ciudad. Sabemos que los cristianos primitivos asociaban a la nación Romana pagana como la nueva opresora de su pueblo (Apocalipsis 14,8; Oráculos Sibilinos (5,159f), el Apocalipsis de Baruc (2,1); 4 Esdras (3,1); La Crónica, compuesta alrededor del 303). También escribe San Ignacio en el inicio de esa carta sobre la primacía de la iglesia romana sobre todas las otras iglesias. Él la describe como „presidiendo la hermandad de amor [prokathemene tes agapes]‟, es decir: „dirigiendo la hermandad del amor‟. Algunos hermanos protestantes empeñados en no resaltar el papel de dirección de la iglesia de Roma, pues sería estar de acuerdo con la iglesia Católica, prefieren torcer la traducción para indicar que el significado de esta expresión es: „preeminente en las obras del amor‟. Es decir, ellos prefieren tergiversar la traducción del latín para señalar que la iglesia de Roma no „dirigía‟ al resto de las iglesias, sino que solo se „destacaba‟ entre todas. De todas maneras, torciendo la traducción, no pueden dejar de reconocer que la iglesia romana era primera entre todas.
A raíz de unos alborotos que se habían producido en la comunidad de Corinto (96), por los que algunos presbíteros habían sido privados injustamente del ejercicio de su ministerio, Clemente de Roma, tercer sucesor de san Pedro, después de Lino y Cleto, escribió su carta a los corintios: (1)…Como nos hayamos asomado a las profundidades del conocimiento divino, deber nuestro es cumplir cuanto el Señor nos ha mandado en sus tiempos establecidos. (2) Porque Él mandó que las ofrendas y ministerios se cumplieran no al acaso y sin orden ni concierto, sino en determinados tiempos y sazón. (3) Y dónde y por quienes quiere que se ejecuten, Él mismo lo determinó con su querer soberano, a fin de que, haciéndose todo santamente, sea acepto en beneplácito de su voluntad… (41) Que cada uno de nosotros, hermanos, „cada uno en su propio orden‟ [1 Corintios 15,23], procure complacer a Dios, conservándose en buena conciencia, sin transgredir la regla del propio ministerio… (42.3)… [Los apóstoles] confirmados en la Fe por la palabra de Dios, salieron, llenos de la certidumbre que les infundió el Espíritu Santo, a dar la alegre noticia de que el reino de Dios estaba para llegar. (42.4) Y así,…, iban estableciendo a los que eran primicias de ellos después de probarlos por el espíritu por obispos y diáconos de los que habían de creer.‟ En esta carta vemos el intento de la Iglesia de Roma de hacer de conciliadora y mediadora, reivindicando una autoridad sobre las demás iglesias. Los superiores eclesiásticos son llamados obispos, y diáconos, en algunos pasajes se les llaman presbíteros, los cuales no pueden ser destituidos por la comunidad, puesto que han sido instituidos por los apóstoles en nombre de Cristo.
Luego de la persecución sufrida por las fuerzas romanas después de la destrucción del templo en el año 70, los judíos representados mayormente por los fariseos lograron reagruparse y reunirse en Jamnia (hoy Jabneh cerca de Tel Aviv) en el año 95. Es así como a través de Johanán ben Zakkai, discípulo de Hillel, fundaron la academia de Jamnia que reorganizó el Sanedrín y su liturgia. Ellos
enfrentaban religiosamente a los judíos de Alejandría pues estos aceptaban el canon de los libros escritos en griego conocidos como la Septuaginta mientras que ellos lo rechazaban; también enfrentaban a los cristianos, quienes venían creciendo en número al este del Jordán, Galilea, Asia Menor, Grecia y Egipto. Estos rabinos decidieron adoptar medidas para prohibir que los cristianos tomaran parte de las oraciones judías y no continuaran invadiendo sus espacios. Fue así como a través de la dirección de Rabban Gamaliel, descendiente de Hillel, que este nuevo Sanedrín introdujo dentro de la „Tefilá u oración de las 18 Bendiciones‟ una oración contra los sectarios y herejes (los cristianos) para impedir la predicación y entrada de estos en las sinagogas. En estas reuniones los rabinos promovieron la remoción de los libros griegos aceptados por los judíos de Alejandría desde el año 280 a.C. (Recopilación de los libros sagrados de los LXX, llamada Septuaginta); ellos rechazaron los siete libros deuterocanónicos (Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 de Macabeos, así como las adiciones griegas de Ester, Daniel, la oración de Azarías – Daniel 3,24-50, el himno de los tres jóvenes – Daniel 3,51-90, la historia de Susana – Daniel 13 y la historia de Bel y el Dragón – Daniel 14). Al parecer el criterio seguido por estos maestros fue aceptar aquellos escritos que ya estaban fijados cuando finalizaba el período Persa (siglo IV a.C.) excluyendo aquellos redactados en época tardía, durante el período de dominación Helenística. Esta „lista‟ que expresaba la posición de la escuela de Hillel no halló aceptación inmediata, incluso en círculos fariseos. El proceso por el cual fueron imponiéndose los libros del texto de Hillel, ocurrió durante el intervalo entre las dos rebeliones judías entre los años 70 y 132(La Septuaginta, el Antiguo Testamento de judíos y cristianos, Alfredo Garland B; http://www.parresia.org). Lo curioso hoy día es que los hermanos protestantes aceptan estos procedimientos iniciados por los judíos en Jamnia,
opuestos rotundamente al mensaje de Jesucristo, como de inspiración divina, pues si no los aceptaran no excluirían al igual que aquellos los libros deuterocanónicos de sus Biblias y que estaban incluidos en la Septuaginta desde el año 280 a.C. ¿Contradicción o simplemente desconocimiento? En los años de emperador Trajano (98-117) murieron por causa de persecución los mártires de Bitinia, según las cartas de Plinio (Gobernador de Bitinia, jurista y escritor romano) al emperador (111-113). En el año 120 aparece una primera referencia externa sobre la celebración de la Pascua cristiana hecha por San Irineo de Lyon (Berriozábal , 1867, p. 304-305) en tiempos del papa San Sixto I. San Policarpo de Esmirna observaba esta práctica y la tradición que él sostenía se derivaba del apóstol San Juan. Así fue que vino a Roma cerca del 150 a discutir sobre este mismo asunto, pero el papa San Aniceto no pudo persuadirlo de desistir de su observancia cuartodecimana (Examinando el memorial de la Pascua en la historia de la Iglesia entre las Iglesias de Asia. Comunidad Apostólica de la Fe, 2011). La práctica de celebrar la Pascua el día 14 de Nisán era entonces muy común en el Asia Menor, generando polémicas pues el Papa en Roma aconsejaba que fuese en la fecha cercana pero en domingo. El punto central era que celebrada la pascua el día 14 de Nisán se emulaba la Pascua hebrea y no la Pascua instituida por Jesús que era totalmente diferente y por eso la conseja del Papa.
A partir de algunos escritos de San Justino (apologista del siglo II), Eusebio de Cesarea conoció un rescripto del emperador Adriano (años 117-138) dirigido, en el 125 al procónsul de Asia (Historias Eclesiásticas de Eusebio de Cesarea 4,8-9). El Emperador se mantiene en la postura cruel de Trajano de castigar a los cristianos; quiere además asegurar
que se proceda con la máxima regularidad respecto de los cristianos acusados. De acuerdo al historiador romano Dión Casio (155- 229) entre el 132 y 135 ocurre una revuelta judía liderada por Bar Kochba debido a la decisión de Adriano de refundar a Jerusalén como una ciudad romana, llamándola Aelia Capitolina (Aelia por su propio nombre y Capitolina en honor al dios romano Júpiter), colocarle el nombre de Syria Palaestina (Siria Palestina) a la provincia de Judea y prohibir el Brit Milá (circuncisión) lo cual generaba un descontento aun mayor a sus otros decretos en contra del respeto del sábado y las leyes de pureza en la familia (Meir Holder (1986). History of the Jewish people.2.Mesorah Publications.p.60.ISBN 0-89906-475-2). Según Eusebio, obispo de Cesarea (se le conoce como el padre de la historia de la Iglesia, 275 -339), muchos judíos huyeron a Galilea, a los Altos del Golán, al sur del antiguo reino de Judá, y hacia otras partes de la antigua provincia de Judea. Según algunas referencias de Ireneo, obispo de Lyon, bajo el emperador Antonino Pío (años 138-161), en el año 155 murió mártir San Policarpo, obispo de Esmirna. La apología y el texto del Pastor de Hermas fueron escritos en estos años y revelan un clima de persecución. Justino de hecho habla de tres mártires condenados por el prefecto romano Urbicus.
San Ireneo quien fue discípulo de San Policarpo, nombrado a su vez obispo de Esmirna por san Juan, en su obra „Adversus haereses‟ (III, 1, 3, 2), la cual se deduce fue escrita alrededor del año 180 por mencionar en ella a Eleuterio como actual obispo de Roma, consigna la serie de obispos de Roma que siguieron a Pedro hasta su tiempo (cuando San Eleuterio era su pastor), como argumento de que la Iglesia era de origen apostólico. Eso mismo hace hoy la Iglesia al mostrar su sucesión apostólica hasta llegar a Pedro para evidenciar que su autoridad proviene a
partir de su origen, la iglesia de Roma es la autorizada por sobre todas, por provenir de Pedro y Pablo. Veamos entonces lo que dice San Ireneo: „Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los apóstoles conserva la Tradición y «la Fe anunciada» [Romanos 1,8] a los hombres por los sucesores de los apóstoles que llegan hasta nosotros. Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía [acuerdo-conforme] con esta Iglesia [Roma], cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica [Ad hanc enim ecclesiam propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est eos qui sunt undique fideles, in qua semper ab his qui sunt undique, conservata est ea qua est ab apostolis traditio]‟. Enseguida procede a enumerar la sucesión romana después de Pedro: Lino, Anacleto, Clemente, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telésforo, Higinio, Pío, Aniceto, Sotero y Eleuterio. Nuevamente algunos hermanos protestantes le dan otro sentido a parte de este párrafo, traduciendo la palabra „convenire‟ como „recurrir a‟ en vez de „armonía‟ para entender de ese modo que el significado es: «los fieles de todos lados recurrían a (convenire) Roma para que el flujo de la doctrina de la Iglesia se mantuviera inmune al error».
Esa amañada traducción, sin embargo, queda rebatida por la conclusión del argumento, el cual está basado
enteramente en la afirmación de que la doctrina romana se mantiene pura gracias a que tiene su origen en los dos Apóstoles fundadores de dicha iglesia, Pedro y Pablo. Las frecuentes visitas de miembros de las otras iglesias cristianas a Roma no añadían nada a eso. Por otra parte, la traducción tradicional es exigida por el mismo contexto, por sobre la cual, aunque ha sido objeto de innumerables ataques, no se ha encontrado ninguna otra con mejores probabilidades reales (véase Dom John Chapman en „Revue Benedictine‟, 1895, p. 48). Entre el 189-199, el papa Victor I parece que excomulgó a algunos de los obispos integrantes de un sínodo de obispos reunidos en Asia por haberle enviado una carta argumentando la validez de la celebración de la Pascua el día 14 del Aviv [en hebreo אָב יִ֔ב] (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica I – introducción, versión y notas de A. Velasco-Delgado, BAC, Madrid, 1997, 331-335). Fue cuando intervino San Ireneo (representante de las iglesias de Galia), quien a pesar de condenar la práctica cuartodecimana, le reprocha al papa Víctor I el excomulgar a los obispos asiáticos y no seguir la moderación de sus predecesores. Esta práctica de los cuartodecimanos de Asia no sobrevivió sin embargo largo tiempo. En el concilio de Nicea (325) todas las iglesias celebraban la Pascua en domingo desde hacía largo tiempo. Los montanistas separados de la Iglesia visto lo difícil de determinar con exactitud el día 14 de Nisán, sobre todo en su ambiente helenístico donde usaban un calendario solar, se plegaron a celebrar el 14 del mes solar Xanthikos, que no coincidía con la fecha pascual (Pseudo Crisóstomo. In s. Pascha, hom. VII, 9: SCh, 46, p.119).
Los montanistas era un grupo que se originó entre el 160 y 170 en Ardabau, Frigia (Asia Menor) que caían en éxtasis y profetizaban anunciando el final inminente del mundo, ordenando a sus fieles que se
reunieran en un lugar determinado para esperar allí el descenso de la Jerusalén celeste. Las manifestaciones de éxtasis de los miembros de este grupo podrían compararse hoy día a las vividas por los grupos evangélicos pentecostales. Entre el año 215-217 Hipólito de Roma (Elegido como el primer antipapa en 217, aunque murió reconciliado con la Iglesia en el 235 como un mártir, y se le honra como un santo) escribió la obra „Traditio apostolica‟, de la cual solo se conservan algunas recopilaciones que aparecen en cánones orientales, allí se lee la más antigua confesión de fe de forma interrogativa: „[¿Crees en Dios Padre omnipotente?] ¿Crees en Cristo Jesús, Hijo de Dios, que nació por obra del Espíritu Santo de María virgen, y fue crucificado bajo Poncio Pilato y murió y fue sepultado, y al tercer día resucitó vivo de los muertos, y subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre, vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos? ¿Crees en el Espíritu Santo y la santa Iglesia y la resurrección de la carne?‟. La primera parte de la confesión ha sido restablecida a base de los Canones Hippolyti (64) [Denzinger, 1P, 10, p.56]. En el año 251 se redacta una confesión de Fe que Máximo, Urbano y otros africanos, dirigieron al papa Cornelio en Roma, y que fue comunicada al obispo Cipriano de Cartago, dando razón de que se habían convertido del cisma de Novaciano: „Nosotros… sabemos que Cornelio ha sido elegido obispo de la santísima Iglesia Católica por Dios omnipotente y por Cristo Señor nuestro; nosotros confesamos nuestro error. Hemos sido víctimas de una impostura; hemos sido cogidos por una perfidia y charlatanería capciosa…‟.
Aquí además de la comunicación debida a Roma de los asuntos de otras provincias, vemos nuevamente la palabra „Iglesia Católica‟ identificándola como la „santísima Iglesia‟.
En un sínodo Africano celebrado en tiempos de Pascua del año 256 se negó la validez del bautismo de los herejes. El papa Esteban escribe a Eusebio de Cesarea poniendo la tradición romana frente a tales decisiones: „Así, pues, si alguno de cualquier herejía viniere a vosotros, no se innove nada, fuera de lo que es tradición, [es decir] que le impongan las manos para la penitencia, como quiera que los mismos herejes no bautizan según un rito particular a los que se pasan a ellos, sino que sólo reciben en su comunión‟. Firmiliano, obispo de Cesarea de Capadocia, en carta dirigida a Cipriano de Cartago, escribe entre otras cosas sobre esta decisión de Esteban: „(c.9)… ellos consideran que no debe indagar quien sea el que ha administrado el bautismo, puesto que quien ha sido bautizado habrá podido obtener la gracia, habiendo invocado la Trinidad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… dicen que quien de algún modo es bautizado fuera, puede obtener con su actitud de espíritu y su fe la gracia del bautismo.‟ Ya para el año 259 habían empezado a aparecer las primeras herejías, entre ellas la de Marción y Sabeliano. Marción era un escritor griego convertido al cristianismo, este consideraba al Dios del Antiguo Testamento un inferior de los espíritus supremos, uno bueno y uno malo; rechazaba el Antiguo Testamento, y del Nuevo sólo aceptaba el Evangelio según san Lucas y las epístolas de San Pablo. Sabeliano, de Ptolemaida, ciudad de Libia, exponía que „La Trinidad, no es de personas distintas, sino de acción y oficio‟, expresando así las relaciones en que Dios se coloca a sí mismo ante los seres creados. La advertencia en contra de estas herejías aparece en una carta a Dionisio, obispo de Alejandría, en unos escritos de Atanasio (De decretis Nicaenae synodi 26) alrededor del 260:
„… En efecto, la doctrina de Marción, hombre de mente vana, que corta y divide en tres la unidad de principio, es enseñanza diabólica y no de los verdaderos discípulos de Cristo y de quienes se complacen las enseñanzas del Salvador. Estos, en efecto, saben muy bien que la Trinidad es predicada por la divina Escritura, pero ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento predican tres dioses.‟ Alrededor del año 300, un 15 de mayo, se celebró el Sínodo de Elvira (Granada, España), donde aparece la ley más antigua sobre el celibato: „(Can. ¿?) Un obispo o cualquier otro clérigo tenga consigo solamente o una hermana o una hija virgen consagrada a Dios; se ha establecido que en modo alguno tenga a una extraña. (Can. 33). Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos, y quienquiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía.‟ Mientras se expandía la predicación de las Buenas Nuevas por toda Asia y Occidente, se daban las primeras confesiones de Fe y se asentaba la doctrina de la Iglesia Santísima, llegamos hasta el siglo IV, época del emperador Diocleciano, donde se arreciaron las persecuciones. El principal instigador de estas persecuciones fue, sin embargo, el César Galerio. El 23 de febrero del 303, Diocleciano promulga un primer edicto: „a fin de impedir a los cristianos la celebración del culto se ordena la destrucción de los edificios y libros sagrados, quedan prohibidas las reuniones litúrgicas, y se privaba a los cristianos de todos los honores y derechos cívicos‟.
Siguió un segundo edicto general a fines de abril del mismo año donde se ordenaba el encarcelamiento de los jefes de la Iglesia. Un tercer edicto decretó la tortura y hasta la pena capital para los que no hubiesen sacrificado a los dioses. Finalmente, a comienzos del siguiente año, y de nuevo por clara instigación de Galerio, un cuarto edicto ordenó un
sacrificio pagano general en todo el Imperio; el que se negase a participar se hacía reo de pena de muerte o debía ser condenado a los trabajos forzados. Cayeron víctimas de esta persecución innumerables mártires, los más conocidos de Roma son: San Sebastián y Santa Inés, los cuatro santos coronados: Félix y Adaucto, Pedro y Marcelino. Eusebio de Cesarea cuenta en sus relatos sobre la persecución de Diocleciano: “Más los ultrajes y dolores que soportaron los mártires de Tebaida sobrepasan toda descripción. Les desgarraban todo su cuerpo empleando conchas en vez de garfios, hasta que perdían la vida; ataban a las mujeres por un pie y las suspendían en el aire mediante unas máquinas, con la cabeza para abajo y el cuerpo enteramente desnudo y al descubierto, ofreciendo a todos los mirones el espectáculo más vergonzoso, el más cruel y el más inhumano de todos. Otros, a su vez, morían amarrados a árboles y ramas: tirando con unas máquinas juntaban las ramas más robustas y extendían hacia cada una de ellas las piernas de los mártires, y dejaban que las ramas volvieran a su posición natural. Así habían inventado el descuartizamiento instantáneo de aquellos contra quienes tales cosas emprendían. Y todo esto se perpetraba no ya por unos pocos días o por breve temporada, sino por un largo espacio de años enteros, muriendo a veces más de diez personas, a veces más de veinte; en otras ocasiones, no menos de treinta, y alguna vez hasta cerca de sesenta; y aun hubo vez que en un solo día se dio muerte a cien hombres, por cierto con sus hijitos y sus mujeres, condenados a varios y sucesivos castigos. Y nosotros mismos, hallándonos en el lugar de los hechos, observamos a muchos sufrir en masa y en un sólo día, unos, la decapitación, y otros, el suplicio del fuego, hasta llegar el hierro a embotarse a fuerza de matar y a partirse en pedazos a puro desgaste, mientras los mismos asesinos se turnaban entre sí por el cansancio.
Entonces pudimos contemplar el ímpetu admirabilísimo y la fuerza y fervor realmente divinos de los que han creído y siguen creyendo en el Cristo de Dios. Efectivamente, aún se estaba dictando sentencia contra los primeros y ya de otras
partes saltaban al tribunal ante el juez otros que se confesaban cristianos, sin preocuparse en absoluto de los terribles y multiformes géneros de tortura, pero sí proclamando impasibles, con toda libertad, la religión del Dios del universo y recibiendo la suprema sentencia de muerte con alegría, regocijo y buen humor, hasta el punto de cantar salmos, himnos y acciones de gracias al Dios del universo hasta exhalar el último aliento.” (A. VELASCO DELGADO, Eusebio de Cesarea. Historia Eclesiástica, BAC n. 350,522-524 Madrid 1973). En casi todo el Imperio fue derramada mucha sangre, principalmente en oriente. La persecución no cesó prácticamente hasta la llegada de Constantino después de su victoria sobre Majencio, quien tenía controlados Italia y África y lo superaba en fuerzas. Constantino había tenido una visión: En el firmamento apareció una cruz acompañada de la leyenda „con este signo vencerás‟ (en latín: in hoc signo vinces), y mandó a pintar en todos los estandartes y escudos la señal celestial; su victoria lo dejó como único emperador de Occidente. Constantino conjuntamente con Licinio en el 313 promulgó el Edicto de Milán, por el cual se decretaba la libertad de cultos en todo el Imperio. Licinio posteriormente conspira en dos oportunidades contra Constantino y es ejecutado. El poder político del imperio se muda a Bizancio a quien Constantino bautizará luego como Constantinopla, mientras tanto la dirección de la Iglesia continuará desde Roma.
A partir de este momento, la Iglesia tiene un crecimiento formidable por todo el imperio pues tiene el apoyo del Estado. Esta feliz fórmula se convertirá a la vez en un obstáculo para el Papa, pues la conveniencia del emperador por mantener la paz política y social comienza a interferir en los asuntos de la Iglesia, el emperador se considera „obispo de los asuntos desde fuera‟. Así es como por conveniencia política el emperador llega a favorecer a grupos como los Arrianos a quienes la Iglesia había expulsado como herejes. Estos grupos
poco a poco van acentuando las divisiones entre los miembros de la Iglesia asentados en el oriente y los de occidente. En Alejandría comienza el surgimiento de algunas herejías en el año 318, entre ellas el arrianismo. El error de Arrio, presbítero de Alejandría, se extiende rápidamente hacia Antioquía, prevaleciendo durante 60 años sobre la Fe apostólica. Esta doctrina se oponía al dogma Trinitario, negando la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo y enseñando que el Hijo había sido una creatura creada capaz del bien y del mal. Constantino ve esto como una amenaza para la estabilidad de su imperio por lo que impulsa reuniones a través de su consejero cordobés Osio, entre Arrio y el obispo de Alejandría Alejandro, promoviendo además el Concilio de Nicea. Eusebio, obispo de Cesarea, registra en el año 325 la correspondencia intercambiada, según la tradición, entre el rey Abgaro de Edesa (parte de Siria en la región de Aram-Naharaim) y nuestro Señor Jesús (Historia Eclesiástica, I,XIII,5 y 22). Eusebio traduce la carta del siríaco y declara que Aday uno de los 70 discípulos, llamado Tadeo de Edesa (mencionado en Lucas 10,1-24), fue enviado al rey Abgaro (29-50) por Tomás el Apóstol con una carta como respuesta de Jesús en la que le promete que después de completar su ministerio tendría sanación y bendiciones. Aunque Eusebio no menciona nada sobre una imagen de Jesús enviada al Rey, sin embargo varias fuentes sirias señalan que junto con la carta fue enviada también una imagen la cual se conocía también con el nombre de Tetradiplon, que en griego significa doblado cuatro veces, lo que es interpretado como una identificación entre esta reliquia y la Sábana Santa de Turín (The Three Cloths of Christ: The Emerging Treasures of Christianity, Text Copyright 1999-2001 John C. Iannone).
Al fin llegó el momento del primer Concilio Ecuménico (Universal) en Nicea (20 de mayo al 25 de julio de 325 d.C.) donde se rechaza la herejía del arrianismo, allí nace también el Credo de Nicea, el mismo que hoy profesamos en la Misa. Sin embargo la doctrina arriana tomó más fuerza todavía, Atanasio que había sucedido al obispo Alejandro fue perseguido por los arrianos; estos se acercaron al emperador y promovieron el Sínodo de Tiro donde condenaron a Atanasio quien se refugió en Tréveris. Es nombrado entonces el obispo arriano Eusebio de Nicomedia como patriarca de Constantinopla quien bautiza a Constantino según el rito hereje al final de su vida, en el año 337. Fue sucedido en el Imperio por los tres hijos de su matrimonio con Fausta: Constantino II, Constante y Constancio II, quienes aseguraron su posición mediante el asesinato de algunos partidarios de su padre. También nombró césares a sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano. El mayor de sus hijos, Constantino II, sería el destinado a mantener a los demás supeditados a su voluntad. El último miembro de la dinastía constantiniana fue su yerno Juliano nombrado inicialmente Cesar por Constancio II; trató de restaurar el paganismo y se ganó el nombre de „Juliano el Apóstata‟, murió en el 363 en una batalla contra los sasánidos. Luego de la muerte de Constantino, el papa Julio I, en Roma, rehabilita a Atanasio en un sínodo en Antioquía en el año 341, lo que no es aceptado inicialmente por oriente. Atanasio sin embargo pasa 17 años en el exilio. Se percibe entonces la separación de Roma y Oriente quien va cediendo a las presiones culturales.
Desde el 364 hasta 375, el Imperio romano estuvo gobernado por dos co-emperadores, los hermanos Valentiniano I (Occidente) y Valente (Oriente). En el año 366, el emperador Valente temiendo una
revuelta rehabilita a Atanasio, sin embargo el arrianismo siguió vivo hasta después de su muerte en mayo del 373. Gracias al empuje posterior de los padres Capadocios en Turquía, San Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y San Gregorio Nacianceno, el arrianismo irá desapareciendo en oriente y se mantiene de manera residual en occidente. Como reacción al arrianismo surge el apolinarismo impulsado por el obispo Apolinar de Laodicea (Siria), quien explica que el espíritu o intelecto de Jesús no era humano sino divino al encarnarse en un cuerpo sin alma que era sustituida por el mismo Verbo. Con este presupuesto la naturaleza humana del Redentor quedaba mutilada ya que, al negarle un alma humana, su figura quedaba reducida a una especie de marioneta manipulada por Dios. A la muerte de Valentiniano I (375), lo sucedió su hijo Valentiniano II, pero como solo tenía 4 años de edad, Valente nombró a sus hijos como sucesores en occidente. Al morir Valente en la batalla de Andrianópolis (378), Graciano hijo de Valentiniano I nombró a Teodosio como co-agusto para oriente. En el año 379 el emperador Teodosio I, promulga el edicto de Tesalónica amenazando con castigar a los arrianos, cierra sus iglesias, e impone a sus ciudadanos ser católicos, lo que elimina la libertad de culto. El arrianismo fue oficialmente condenado por el papa Dámaso I en los concilios celebrados en Roma entre el 374 y 377, y posteriormente en el Primer Concilio de Constantinopla celebrado en el 381 y en el que se confirma el símbolo de Nicea. Al ser asesinado Graciano en una rebelión en el 383, Teodosio I nombró como co-agusto a su hijo mayor Arcadio. Los herejes arrianos fueron condenados al destierro en el 388 por el emperador Teodosio I.
El 27 de febrero de 380, el emperador Teodosio I declaró al cristianismo católico como la única religión imperial legítima, acabando con el apoyo del Estado a la religión romana tradicional. En el año 382, durante el Sínodo de Roma, bajo el pontificado del Papa San Dámaso I (Papa entre los años 366 y 384 quien ordenó la histórica traducción latina de la Biblia conocida popularmente como «Vulgata».), la Iglesia instituyó el Canon Bíblico con la lista del Nuevo Testamento de San Atanasio y los libros del Antiguo Testamento de la Versión griega de los LXX. En total fueron 73 libros, 46 del Antiguo Testamento, manteniendo los siete libros deuterocanónicos, y 27 del Nuevo Testamento (Denzinger, julio 2000, p.115-116). A partir de este momento esta fue la Biblia de todos los Cristianos hasta que en el año 1517 el padre del protestantismo (Martín Lutero) decidiera excluir para su nuevo grupo (que ahora están divididos en más de 28.000 denominaciones como ya lo hemos mencionado)los libros deuterocanónicos, apoyando así los procedimientos de los judíos fariseos de Jamnia quienes negaron a Cristo. Demos gracias a Dios porque los hermanos separados desde el año 1517 al menos reconocen la totalidad del canon establecido por la Iglesia Católica para el Nuevo Testamento (los 27 libros que ellos leen) aunque no reconozcan esa misma autoridad para el canon del A.T. y acepten leer al menos 39 libros de este canon. Al suicidarse el joven Valentiniano II en mayo del 392, a quien Teodosio había colocado bajo la tutela de Arbogastes, un general franco pagano, Teodosio quedó como el único emperador y nombró co-agusto en occidente a su hijo menor Honorio (393).
En el año 395, a la muerte del emperador Flavio Teodosio I, el Imperio se divide definitivamente en dos partes: para su hijo mayor, Flavius Arcadius, es el Imperio Oriental con sede en Constantinopla y
para su hijo menor, Flavius Honorius, el Imperio Occidental con sede en Milán.
Mapa del Imperio Romano de Occidente y Oriente para el 500 d.C. Esta división desfavoreció definitivamente a la región occidental pues se presentaba más vulnerable a los ataques de los pueblos vecinos, situación que estos no desaprovecharon. Los invasores atacaron por oleadas (godos, vándalos, suevos, burgundios, hunos, sajones) hasta que el Imperio Occidental cae definitivamente en el año 476 en manos del bárbaro Odoacro, jefe de la tribu germánica de los hérulos. A partir de entonces el legado romano pervivirá en manos del Imperio Bizantino.
Lo que fue la sección occidental del Imperio Romano quedó entonces dividido en un mosaico de reinos bárbaros. Sin la capacidad política, administrativa y militar para manejar la infraestructura de ese vasto sector del Imperio, este les comenzó a quedar grande, imperando el desorden sobre sus cenizas. Es aquí donde la Iglesia, cuya sede se mantenía en Roma, aunque presionada por los invasores, asume
mayormente su papel teocrático, se ocupa tanto de la Fe como de los asuntos de Estado. La edad medieval o Medioevo comienza convencionalmente en este año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin es en 1453 coincidiendo con el derrocamiento del Imperio Bizantino, el final de la guerra de los 100 años entre Francia e Inglaterra y el nacimiento de la imprenta (Biblia de Gutenberg). El papa Pelagio II apenas había subido a la silla pontifical en el año 578 cuando se dirigió al emperador bizantino, Mauricio, para pedir su ayuda ante la pretensión de invasión de los lombardos contra Roma. El emperador que venía de luchar con los persas se declaró impotente para tomar las armas contra los bárbaros. Pelagio acudió entonces a los francos sin obtener resultados a pesar de haberles pagado para su defensa. Finalmente el Papa tuvo que negociar directamente con los lombardos para que no atacaran a Roma. Los lombardos eran un pueblo germánico originario del Norte de Europa (Escandinavia), cuyos ejércitos con el transcurso de los siglos fueron bajando hacia el sur, conquistando el norte de Italia, Milán (569), luego Pavía (572), Toscana (573), estableciendo ducados en el centro y sur de Italia (Spoleto y Bonavento) que luego se independizaron.
Librada Italia de la guerra y azotada por una peste llegó el nombramiento del papa Gregorio Magno en el año 590. Este le pide a Bizancio la ayuda económica sin recibirla, por lo que hace uso de los propios ingresos económicos que reportan las posesiones de la Iglesia para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. En el año 592 la ciudad es atacada ferozmente por el rey lombardo Agilulfo. En vano se espera la ayuda imperial y Gregorio tiene que negociar con los lombardos, logrando que levanten el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de
oro, la delimitación de la Tuscia Romana (la parte del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la futura Toscana), que a partir de ahora será lombarda. Este acuerdo es ratificado por el exarca de Rávena (593), representante del Imperio bizantino en Italia. Las tierras que poseía la Iglesia en África, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Iliria, Dalmacia, Italia, Asia y hasta en las Galias y que el Papa las llama „Tierras de los pobres‟, estaban cultivadas por siervos cuya condición regularizó. Les fija un salario debido, autorizándoles para adquirir bienes para sí y manda a que a los paganos y a los judíos los traten con tanta humanidad como a los cristianos; encarga a los intendentes que le señalen los agricultores laboriosos para darles una mejor recompensa, otorgándoles la manumisión; reprende a los intendentes por incrementar el arrendamiento y les aclara que los cofres de la Iglesia no se llenaban con sórdidas ganancias; nombra a los gobernadores o administradores de los dominios de la Iglesia. El Papa era tanto príncipe como pontífice, su autoridad era respetada por emperadores y lombardos. Durante su pontificado España vio la reconversión de los arrianos al catolicismo y la conversión de los barbaros de Inglaterra por la prédica de San Agustín. San Gregorio salvó a Italia y atrajo el amor y gratitud de los pueblos, su prudencia y santidad se ganó al catolicismo a los pueblos paganos.
Hacia los siglos VI y VII, las imágenes se incluyen en la liturgia oriental (pues en la occidental ya las imágenes con escenas del Evangelio, de Jesús, la virgen María, los Apóstoles y los mártires eran comunes desde el siglo I), y se acentúa su devoción por una parte del clero y de los fieles. Esto hace que la otra parte del clero radicalice el rechazo a su uso. Según Ernst Kitzinger en "The cult of images in te Age before Iconoclasm", pág. 89, los defensores de los
íconos creían en el poder sobrenatural de las imágenes, pues asumían cierta continuidad entre la imagen y la persona a la que representan, incluso que „las imágenes estaban llenas del Espíritu Santo‟. Esta postura, era una blasfemia para los que rechazaban el culto a las imágenes y es lo que se conoce como „iconoclastia‟. Las reformas ocurridas en el Imperio Romano Oriental bajo el emperador Heraclio I en el 610, sobre todo en lo que respecta a la reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua oficial a partir del 620 lo hacen más helénico. El Imperio Romano Oriental adquirió un carácter marcadamente diferente al del viejo Imperio romano. Heraclio abandonó el antiguo título imperial de „Augusto‟ y poco después fue llamado „Basileus‟ (palabra griega que significa 'rey' o 'emperador'), título que los gobernantes bizantinos llevarían hasta el final del Imperio. Algunos académicos, como Theodor Mommsen, afirman que hasta Heraclio existió el Imperio Romano de Oriente y fue después de este emperador cuando se inició el Imperio Bizantino, que duró hasta el 1453 al ser invadidos y derrotados por los turcos.
En el año 640 la lucha contra la herejía del monotelismo por parte del pontífice Teodoro I (642-649) es recia. Los monotelistas enseñaban que en Jesucristo había dos naturalezas pero una sola voluntad, y gozaban del visto bueno del emperador bizantino, Flavius Heraclio Augustus (610-641). El papa Teodoro I intenta sin lograrlo que el emperador Constante II condene esta herejía y desconoce además al Patriarca de Constantinopla llamado Pablo, pues su elección había sido producida durante la destitución ilegal de su antecesor Pirro. Los dos fueron luego excomulgados por permanecer fieles al monotelismo. Esto llevó al patriarca Pablo a tomar represalias contra el papa Teodoro, ordenando
destruir el altar romano que existía en el Palacio de Placidia y desterrando o encarcelando a los nuncios papales de Bizancio. El papa Teodoro I convocó un concilio para ser celebrado en Letrán (un emplazamiento de la ciudad de Roma) con el objetivo de fijar la doctrina de la Iglesia, sin embargo al fallecer el 14 de mayo de 649, este se celebrará y será presidido por su sucesor Martín I. Este concilio condena al monotelismo y excomulga a los patriarcas de Constantinopla Sergio I, Pirro I y Pablo II. Es así como el emperador Constante II ordena a su exarca en Rávena tomar prisionero al papa Martin I. Cargado de cadenas le condujo a la ciudad imperial el 17 de septiembre del 654, donde es condenado a muerte luego de 3 meses de prisión, sin embargo le conmuta la pena a destierro. Más tarde el papa Martin I es arrastrado encadenado a un yugo colocado en el cuello por las calles de Constantinopla, en compañía de ladrones y asesinos. En mayo del 655 lo embarcan en una galera que salió del puerto del Bósforo y desembarcó en Quersoneso, península de Crimea, lo trasladaron a prisión en este otrora territorio bizantino donde murió. Fue el último Papa en testimoniar su fe de este modo. La lucha del emperador por imponer la herejía del monotelismo fue hasta su muerte cuando le sucedió su hijo Constante IV (668-685). Este se apartó del monotelismo ya que sus enemigos los árabes eran prosélitos de esta herejía extendida por Egipto y el Norte de África y renuncia también a su derecho de confirmar el nombramiento del Papa elegido por el colegio cardenalicio.
Entre los años 710 y 711 el papa Constantino I, se reunió en Constantinopla con el emperador romano de oriente Justiniano II, con el objeto de resolver los desacuerdos que habían surgido entre las Iglesias Orientales, Occidentales y el Emperador, puestas en
el tapete durante el Concilio Quinisexto, también conocido como Segundo Concilio Trullano, celebrado en dicha ciudad en el 692 y convocado por el emperador Justiniano II (Como sala de trullos se conocía a la sala cupulada del palacio imperial de Constantinopla). En Italia el poder de los emperadores no se le conocía más que por la tiranía, la violencia y el asesinato. Los romanos al contrario apreciaban mucho al Papa y le reconocían como su legítimo soberano defendiéndole como a un Rey. El distanciamiento de Roma respecto al imperio de Oriente se hizo cada vez más patente y casi llega a situaciones de verdadera ruptura, como cuando el papa Constantino I dirigió sus armas contra el exarca bizantino Filípico Bardanes a quien había tildado de hereje. La iconoclastia llegó al trono imperial en el siglo VIII, con el emperador León III el Isaurio; según la Enciclopedia Católica, este emperador estaba muy influenciado por las ideas de la herejía pauliciana (secta de tendencia dualista, al estilo maniqueo, cuyas doctrinas se basaron en la distinción entre un Dios bueno, creador del mundo espiritual y de las almas, y otro Dios malo, Demiurgo, creador del mundo material y sensible) y también por las ideas musulmanas, que veían cualquier imagen como un ídolo. Así fue como el emperador, achacando las derrotas de su ejército al culto a las imágenes, actuando en contra de la voluntad popular hizo que se prohibiese el culto de las imágenes en todo el imperio en el año 726.
Alrededor del año 747, Roma se vio amenazada por Astolfo, líder de los lombardos; el emperador bizantino logró mantener un corredor libre que pasaba a través de Perugia y que le permitía el control de Roma y Ravena; los lombardos eran paganos y algunos eran cristianos arrianos, lo que no les permitió buenas relaciones con la Iglesia, especialmente con Roma. Astolfo pues, cercó la
ciudad de Roma mientras el papa Esteban II solicitaba inútilmente ayuda al emperador de Bizancio, Constantino V (741-775). Denegado el auxilio bizantino, el Papa pidió al rey de los Francos, Pipino III, fundador de la dinastía Carolingia, una intervención urgente. El rey franco realizó dos incursiones en Italia, forzó a los lombardos a abandonar el asedio de Roma y les obligó a devolver Rávena a la „República Romana‟. Pero retirados aquellos, el rey lombardo incumplió su compromiso y, por añadidura, puso sitio a Roma. Ocurre una nueva llamada del papa al reciente protector franco en el año 756 y una nueva acción de éste se cumple en su auxilio.

Finalizado el conflicto, los territorios situados en la Romaña y las Marcas no fueron restituidos al control de Bizancio, sino que fueron conferidos al Papa (donación de Pipino III, en el año 756), como legítimo representante del poder imperial. El rey franco hizo entrega al Papa del antiguo exarcado de Rávena (Rávena, Ferrara, Bolonia), de la Pentápolis (obispados de Rímini, Pésaro, Fano, Senigallia y Ancona) y de la región de Roma, confiriendo al sumo pontífice el dominio temporal de un estado que, con algunas variaciones geográficas, había de perdurar durante más de once siglos, hasta 1870. Este tratado destruyó a los lombardos, y a su vez permitió la constitución del Estado Pontificio independiente de todo poder temporal y base del futuro poder de la Iglesia Romana.
El 28 de julio del 754 el Papa, aunque enfermo, ungió solemnemente a Pipino III en San Denis cerca de París, y así se sellaba la legitimidad de la dinastía, confiriendo al rey el título de „Patricio de los Romanos‟.
Con el ascenso de Carlos I el Grande, llamado Carlomagno, como rey de los francos en el 768, quien además se había convertido al catolicismo, comenzó la lucha contra los pueblos eslavos, los cuales tras una larga campaña fueron sometidos y obligados a convertirse al cristianismo. De este modo se allanó el camino para el establecimiento posterior del „Sacro Imperio Romano Germánico‟ bajo la dinastía Sajona. Carlomagno creó lo que se llamó el „Imperio Carolingio‟, un reino que alcanzaba desde los Pirineos al suroeste incluyendo de hecho una zona del norte de la Península Ibérica (Marca Hispánica tras el 795), pasando por casi toda la Francia moderna (a excepción de Bretaña, que nunca fue conquistada por los francos), y al este la mayor parte de la actual Alemania, incluyendo el norte de Italia y la actual

Austria. En la jerarquía de la Iglesia, los obispos y abades buscaban la protección del palacio del Rey. Carlomagno se había erigido en líder de la cristiandad occidental, además de impulsar un „Renacimiento Carolingio‟ en la cultura literaria, gracias a su apoyo a monasterios como a centros de enseñanza. El peligro lombardo no había quedado definitivamente conjurado para Roma. El rey Desiderio, duque de Toscana, invadió los Estados Pontificios y aun la misma Roma. En el año 774 el papa Adriano I (772-795), invocó en este nuevo trance con los lombardos, a los francos para que le dispensasen su protección, y, como años atrás lo hiciera su padre, acudió ahora al rey Carlomagno en ayuda de la Santa Sede. El resultado fue la restitución de los bienes de la Iglesia y la promesa, no cumplida, de anexión de nuevos territorios. En todo caso, la mayor parte de la Italia central quedó constituida en un estado independiente bajo el gobierno de los papas. En agradecimiento, el Papa sucesor, León III, coronó en Roma durante la navidad del año 800 a Carlomagno como „Emperador‟. Esto originó una serie de disputas con los bizantinos por el título que se le había dado a Carlomagno. Tras una primera protesta por la usurpación, en el 812, el emperador bizantino Miguel I Rangabé reconoció a Carlomagno como emperador „Basileus‟, pero no como emperador de los romanos o „Basileus ton Romaion‟ (en latín Βασιλεύρ των Ρωμαίων), título que se reservó el bizantino como el verdadero sucesor de los emperadores romanos. La coronación sirvió para dar una legitimidad permanente a la primacía carolingia entre los francos.
Con la coronación de Carlomagno, el Sumo Pontífice creó por su autoridad una realidad jurídica que no había existido nunca, es decir, es el ámbito religioso el que va a crear una figura jurídica de ámbito civil. La coronación imperial no concedía más
territorios, ni prerrogativas al monarca del Imperio Germánico, no añadía ni un ápice de poder al que le habían concedido sus electores. El emperador llegará, incluso, a confirmar la elección de los sumos pontífices. Estos deberían prestar juramento de fidelidad al emperador (no de vasallaje) en presencia de sus legados. En la práctica, los emperadores llegarán en varias ocasiones a suspender su obediencia al Sumo Pontífice colocando a otro obispo en Roma por vía militar. Por su lado, los Sumos Pontífices se sabrán poseedores, en la práctica, del poder de deposición de esas cabezas temporales. En este punto vale la pena que nos detengamos un momento para acotar algo: los enemigos de la Iglesia le han echado en cara a los papas, con mucho sarcasmo y veneno, el hecho de que en estas épocas ellos acudieran al auxilio de los emperadores y reyes, para librarlos de las potencias que amenazaban con invadir sus territorios, es decir, a la Iglesia, y de utilizar además sus derechos de excomunión como arma adicional. De ese modo dicen que la Iglesia mezcló la religión con la política. Creo que por desconocimiento confunden dos órdenes de cosas muy distintas.
En primer lugar, la Iglesia lo que ha hecho para garantizar su existencia puesta en jaque por la violencia y astucia de su enemigos, es defenderse con las mismas leyes de la justicia implantadas por la política de esos Estados. En segundo lugar, la excomunión como arma espiritual no era algo inventado por la Iglesia de la Edad Media, era una potestad de la Iglesia desde sus inicios que imponía a los fieles por la autoridad de un superior eclesiástico o por la propia Iglesia, una privación en todo o en parte de sus bienes espirituales o temporales. Así tenemos una privación de sacramentos como ejemplo en el primer caso o de prohibición de
la cortesanía en el segundo caso. Que los estados se aprovecharan de este poder inherente de la Iglesia para utilizarlo para sus propios beneficios cuando les era conveniente era otra cosa. La destitución contra reyes excomulgados y la abrogación del juramento que sus súbditos les habían prestado no era una disposición de los papas. Ellos no disponían de las coronas ni se atribuían el derecho a darla, era la ley creada por esos estados. Continuemos, en el año 813, el ejército bizantino destituyó al emperador Miguel I, porque achacaban sus derrotas militares a su adherencia al II concilio de Nicea (VII concilio de la Iglesia). En su lugar fue puesto León V, general de origen armenio, que simpatizaba con los iconoclastas. Fue entonces cuando las persecuciones contra los que veneraban las imágenes comenzaron de nuevo. (El II concilio de Nicea del año 787 contó con la participación de más de 300 obispos, incluidos los legados papales y representantes de los patriarcados de Antioquía, Alejandría y Jerusalén, en este concilio se establecieron los dogmas sobre el debido culto a las imágenes y se condenó la iconoclastia). Tras la muerte de Carlomagno el 28 de enero del 814, lo sucedió su hijo Luis I, el piadoso. Fue un período de muchos conflictos internos que fueron aprovechados por algunos pueblos fronterizos: en el medio este lo serbios, obodritas, daneses (816); hacia el sureste los eslovenos (820); las tribus eslavas del noroeste de Bulgaria (827). Con la desaparición de la dinastía carolingia, se produjo la fragmentación del Imperio entre un poder central y varias autoridades locales.
A la muerte del último emperador iconoclasta, Teófilo, en el año 842, su esposa Teodora quedó como regente del emperador Miguel III, que en ese momento tenía tres años. Teodora era partidaria del debido uso de las imágenes por la Iglesia y para el primer domingo de Cuaresma del 19 de febrero del 842, los
íconos regresaron a las iglesias del patriarcado de Constantinopla y de todo el Imperio Romano de Oriente. Entre los argumentos presentados por el entorno del patriarca de Constantinopla, Juan VII, estaban la presencia de unas imágenes, de fabricación no humana, entre las que se encontraba el lienzo de Edesa, probablemente el lienzo que hoy se encuentra en Turín (Ver mayores referencias en el libro: The Three Cloths of Christ: The Emerging Treasures of Christianity, Text Copyright 1999-2001, John C. Iannone).
Al surgir Otón I de Alemania como Emperador (962–973), rey de la dinastía de Sajonia, cuyo prestigio fue adquirido al derrotar a los húngaros y a los eslavos, renace la idea de la autoridad imperial. Berengario II, Rey de Italia, amenaza las posesiones papales; Otón I el grande acude al llamado del papa Juan XII. El Papa lo coronó Emperador del „Imperio Germánico‟ en el 962, mientras que Otón ratificó los privilegios papales sobre los territorios mediante el „Privilegium Othonis‟. Así se dio nacimiento a lo que se denominaría más tarde como: el „Sacro Imperio Romano Germánico‟ bajo esta dinastía sajona, denominación que adquirió Germania a partir de entonces. Estaba compuesto por los territorios de Alemania, Austria, Suiza, Liechtenstein, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, República Checa y Eslovenia, así como el este de Francia, norte de Italia y oeste de Polonia. De sus idiomas, que comprendían multitud de dialectos y variantes se formarían el alemán, el italiano y el francés,

además de las lenguas eslavas. Por otro lado, su división en numerosos territorios gobernados por príncipes seculares y eclesiásticos, obispos, condes, caballeros imperiales y ciudades libres hacían de este un territorio mucho menos cohesionado que los emergentes estados que tenía a su alrededor. Los emperadores anteriores, desde Carlomagno (muerto el 814) hasta Otón I el Grande (962-973), habían utilizado simplemente el título de „Emperador Venerable que gobierna el Imperio Romano‟ o „Imperator Augustus Romanum gubernans Imperium‟ o simplemente „Imperator Augustus‟. A partir de Otón III (996-1002) los emperadores se denominaron „Romanorum Imperator Augustus‟. El término „Sacro Imperio Romano‟ comienza a ser utilizado a partir de 1254; y el término „Sacro Imperio Romano Germánico‟ data del 1512, después de muchas variaciones en los últimos años del siglo XV. La denominación de „sacro o sagrado‟ provenía de la ceremonia consagratoria de la autoridad imperial a cargo del Papa, vicario de Cristo. El nacimiento de este nuevo Imperio era como el renacer del viejo Imperio Romano de Occidente en manos de Constantino, fue la entidad predominante de Europa central durante casi un milenio, hasta su disolución el 6 de agosto de 1806 cuando Francisco II renunció a la corona imperial para mantenerse únicamente como emperador austríaco tras la derrota sufrida a manos del ejército francés de Napoleón. Los sucesores de Francisco II continuaron titulándose emperadores de Austria hasta 1918.
En el año 1054 ocurre también lo que se venía venir, el cisma entre oriente y occidente, el patriarca de Constantinopla alegaba que el Obispo de Roma solo podía pretender ser un "primero entre sus iguales" (ˈpraɪməs ɪntə ˈpɑːrɪz en latín o Primus inter pares) mas no tener la autoridad sobre toda la iglesia. Por su parte, los papas, según su interpretación de la
Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras, declaraban que: „es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con la Iglesia [de Roma], por considerarla depositaria primigenia de la Tradición apostólica‟ (San Irineo de Lyon, s. II). Desde las épocas tempranas del nacimiento de los imperios Carolingio y el Imperio Germánico, el enfrentamiento entre los emperadores y la Iglesia fue tenaz, la situación fue tal vez más crítica que la vivida en el apogeo del Imperio Romano durante Constantino. En el año 1076, el emperador Enrique IV y el papa Gregorio VII protagonizarán la más espectacular lucha entre los dos poderes. El emperador Enrique IV en franca rebeldía nombraba los obispos en ciudades imperiales, obligando al Papa Gregorio VII a amenazarle con su excomunión, mientras que el emperador por otro lado lo declaraba depuesto (Sínodo de Worms convocado por Enrique V). La excomunión era un problema muy serio para los emperadores, ya que el sistema feudal se basaba en que los feudatarios estaban ligados a su señor por el juramento de fidelidad, pero si su señor era excomulgado, los súbditos podían considerarse desligados del vínculo feudal y no reconocer a su señor. Esto representaba problemas de flujo de caja y de autoridad para un emperador y, en este caso, Enrique IV tuvo que ceder y hacer penitencia durante tres días en la nieve, a las puertas de donde estaba el Papa en el Castillo de Canossa, hasta que éste le levantó la excomunión en el año 1077.
Estas luchas no terminaron allí, el emperador dispuesto a recuperar su poderío, marchó sobre Roma y declaró depuesto al Papa, poniendo en su lugar al antipapa Clemente III que coronó al emperador (1084). El papa Gregorio VII resistió un tiempo en el Castillo de Saint' Ángelo a la orilla del río Tiber, cerca de la ciudad del Vaticano, esperando la
ayuda de sus aliados normandos capitaneados por Roberto Guiscardo que estaban ubicados más al sur, en el reino de Sicilia. La llegada de los normandos obliga a Enrique IV a abandonar Roma, que es sometida a saqueo e incendiada por los ejércitos normandos, acción que desencadenó el levantamiento de los romanos contra el papa Gregorio VII que se vio obligado a retirarse a la ciudad de Salerno, cerca de Napoli, donde falleció el 25 de mayo de 1085. La lucha de cambios políticos que enfrentaba al Imperio Germánico contra la Iglesia fue feroz todos los años subsiguientes. Desde el siglo X habían surgido los Cátaros, movimiento hereje de carácter Gnóstico, quienes afirmaban una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaban la salvación mediante el ascetismo y el estricto rechazo al mundo material que consideraban demoníaco. Fue así como a partir del año 1209 la Iglesia, luego de un fracasado acercamiento misionero, terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia para lograr la erradicación de esa herejía mediante la Cruzada Albigense. El emperador Federico II gran adversario del pontificado promulgó una constitución que establecía la muerte en la hoguera como pena por el crimen de herejía (1220). Sus continuas desavenencias con el papado le valieron también el apodo del „Anticristo‟. El enfrentamiento entre este nuevo emperador y la iglesia continuó vivo.
En el año 1296 el rey francés Felipe IV, llamado el hermoso, necesitado de recursos económicos por la guerra que mantenía con Inglaterra, pretendió hacer tributar al clero francés. El papa Bonifacio VIII se opuso emitiendo una bula que prohibía el cobro de tasas al clero por parte de los poderes políticos sin el consentimiento papal. Por supuesto, el rey francés no la aceptó. En el año 1301 hubo otro choque entre el Rey y el Papa, cuando este último creó un nuevo obispado en Pamiers, en el sur de
Francia, colocando a Bernardo de Saisset. Felipe, incómodo con el designado, lo acusó de alta traición y lo encarceló. La disputa entre este rey y el papa Bonifacio fue cada vez más reñida, y en el año 1303 el Papa terminó prisionero y torturado en el castillo de Anagni a unos 50 Km. de Roma con la complacencia de la alta burguesía. El pueblo se levantó a favor del Papa obligando a sus captores a liberarle y permitiéndole huir de la ciudad. Conducido a Roma, murió un mes después, el 11 de octubre de 1303. Su sucesor el papa Benedicto XI, abolió la excomunión del rey francés Felipe pero no perdonó a los autores materiales de la ofensa sufrida por su predecesor en Anagni, excomulgando tanto a Guillermo de Nogaret, consejero del rey francés, como a Sciarra Colonna. El 7 de julio de 1304, luego de 8 meses de pontificado el Papa murió probablemente envenenado por orden de Guillermo de Nogaret. Fue nombrado Papa Clemente V, de origen francés, quien fue coronado en la ciudad de Lyon, Francia. La situación en Roma no era segura para el Papa por lo que se mantuvo en Francia, apoyado por el rey Felipe IV. El Rey endeudado con la „Orden del Temple‟, ordenó el arresto de todos los templarios que se encontrasen en territorio francés, acusándolos de herejía, aunque su verdadera motivación fue hacerse con los numerosos bienes que la Orden tenía en Francia y evitar el pago de las deudas que mantenía con la misma. El papa Clemente protestó pues la Orden dependía del pontificado, pero Felipe lo convence presentándole las confesiones obtenidas bajo tortura y consigue que el Papa promulgue la bula „Pastoralis praeminen‟ que decreta la detención de los templarios en todos los territorios cristianos, así mismo convoca en 1308 el concilio de Vienne.
En el año 1309 el papa Clemente V, decidió cambiar su residencia a Aviñón que entonces no era territorio francés ya que era una dependencia del Reino de Nápoles. El traslado tuvo inicialmente un carácter provisional motivado a las presiones del rey de Francia Felipe IV, a la situación de inseguridad y caos en que se encontraba Roma, inmersa en luchas e intrigas políticas, y para aprovechar la relativa cercanía con Vienne donde, en 1311, se celebraría el concilio ya convocado en el año 1308 y que suprimiría la orden templaria. Los años que se sucedieron fueron realmente difíciles pues a la muerte de Felipe IV en 1314, surgió el conflicto entre los franceses y los ingleses, pues el joven inglés Eduardo III hijo de Isabel, hermana de los hijos de Felipe IV reclamaba la corona francesa y por tanto su territorio para él. Los franceses decidieron nombrar Rey al hermano menor de Felipe, pero este murió y en su lugar colocaron a su hijo con el nombre real de Felipe VI, esto generó una serie de conspiraciones internas y externas que devinieron en lo que se llamó la guerra de los 100 años, que fue realmente de 116 años, entre Francia e Inglaterra que comenzó en el año 1337 y terminó en 1453 con la victoria de Francia. Esta guerra afectó en gran manera la economía del Sacro Imperio y por ende la economía de toda Europa.

El acto temporal de traslado del papado a Aviñón se convirtió en permanente hasta 1377 y, durante siete pontificados, Aviñón fue la sede pontificia, conociéndose históricamente dicho periodo como „La
segunda cautividad de Babilonia‟. Este periodo finalizará cuando el papa Gregorio XI retorne a Roma. La vuelta del Papa a Roma era el común anhelo de los mejores espíritus de la época. Por fin, Gregorio XI (1370-1378) se resolvió a abandonar definitivamente Aviñón e hizo su entrada en Roma, entre el fervor popular, en enero de 1377. Esto originó también grandes conflictos pues un grupo mayoritario de Cardenales opuestos a la elección de un Papa italiano, abandonaron Roma y nombraron otro Papa en Aviñón, por lo que existieron dos Papas en el año 1408. Gregorio XII era Papa en Roma y Benedicto XIII en Francia. Un concilio reunido en Pisa en el año 1409 enredó más las cosas (Concilio no reconocido por la Iglesia), pues declaró depuestos a los dos pontífices y nombró uno nuevo, Alejandro V, que vino a ser a la postre un tercer Papa, porque los otros dos no acataron la medida. La doctrina de iglesia seguía siendo la misma, pero buena parte de su jerarquía estaba tocada por las fuerzas de mal. Los miembros de la Iglesia comenzaron a ver la necesidad de una reforma; se debatieron ambiciosos programas que proponían la reorganización de la totalidad jerárquica en el concilio de Constanza (1414-1418), convocado por Segismundo de Hungría, emperador germánico, y el antipapa Juan XXIII sucesor de Alejandro V, nombrado por el concilio anterior de Pisa, pero ningún programa consiguió el apoyo de la mayoría y no se instituyeron cambios radicales en esta época (El concilio de Constanza fue solo validado cuando lo legitimó Gregorio XII al convocarlo formalmente). Finalmente en 1417 hubo un acuerdo y surgió un nuevo Papa apoyado por todos los sectores, Martín V, quien sucedió a Gregorio XII. Terminó el cisma de occidente y la iglesia capeaba el temporal.
Fue en el año 1431 cuando en un proceso inquisidor amañado, a fin de abatir el honor del rey francés Carlos VII por haberse servido presuntamente de una bruja para derrotar a los ejércitos ingleses, se condenó a la hoguera sin ninguna defensa y sin sentencia a Juana de Arco, conocida como la doncella de Orléans (Los procesos de Juana de Arco: escrito por Georges Duby, Andrée Duby, Universidad de Granada, Universitat de Valčncia). En 1909 fue beatificada y posteriormente declarada santa en 1920 por el Papa Benedicto XV. Ese mismo año fue declarada como la santa patrona de Francia. En ese año 1431 los tiempos seguían difíciles, el movimiento „conciliarista‟, que proclamaba que el Concilio era superior al Papa, se hallaba en su apogeo. La autoridad del Concilio de Basilea (Suiza) iniciado en ese año, el cual había sido convocado por el papa Martín V, era completamente subversiva de la constitución divina de la Iglesia. Al abolir todas las fuentes de los recursos papales y restringir de toda forma posible las prerrogativas, trataban de reducir el poder del Pontífice a una mera sombra. En vista de esa situación en diciembre de 1431 el papa Eugenio IV quiso trasladar el concilio 18 meses más tarde para Bolonia, pero el Concilio apoyado por los poderes seculares reafirmaron el 15 de febrero de 1432 la doctrina galicana de la superioridad del Concilio sobre el Papa. Ante una revolución el Papa, disfrazado de monje, escapó por el Tíber hacia Ostia, desde donde los amigables florentinos le llevaron a su ciudad y le recibieron con una ovación. Residió en el convento dominicano de Santa María Novella. El Concilio de Basilea y sus integrantes, ahora reducidos a 1 cardenal y 11 obispos, eligieron a un antipapa, el duque Amadeo de Saboya: Félix V.
Mientras tanto en Ferrara, donde el Papa Eugenio había decidido trasladar el Concilio de Basilea, el 5 de julio de 1439, se daba el decreto de unión con
la iglesia Oriental, aumentando el prestigio papal. La unión con los griegos fue seguida por la de los Armenios, el 22 de noviembre, la de los Jacobitas en 1443 y la de los Nestorianos en 1445. Tras una prolongada y dramática lucha, obtuvo finalmente la victoria: El Concilio de Florencia proclamó el primado universal del Romano Pontífice. Eugenio tuvo el consuelo de ver a todo el mundo cristiano, al menos en teoría, obediente a la Santa Sede. En el año de 1442 el rey de España Alfonso V junto con su vicecanciller Alfonso de Borja conquistaron el reino de Nápoles. Alfonso de Borja fue nombrado cardenal el 2 de mayo de 1444 por el papa Eugenio IV y al ser nombrado Papa en 1455 como Calixto III comenzó con una práctica que definiría su pontificado: el nepotismo, ofreciendo a sus dos sobrinos de quienes era tutor, Luis Juan de Borja y Rodrigo de Borja, importantes cargos y beneficios eclesiásticos.
A mediados del siglo XV en el año 1450 el imperio Bizantino estaba reducido prácticamente a la ciudad de Constantinopla, una pequeña área al norte de ella y las áreas de Tesalónica y del Peloponeso en Grecia.

En el 1404 Los turcos al mando del Sultán Bayaceto rodeaban a Constantinopla mientras su emperador Manuel II Paleólogo estaba en Francia pidiendo ayuda; el papa Bonifacio IX había hecho un llamamiento a la cristiandad occidental para socorrerlo, pero afortunadamente los invasores no pudieron mantener
el asedio por haber sido derrotados en la batalla de Ankara (Ciudad al noreste de Constantinopla) por el conquistador mongol de Asia Central, Tamerlán Timur. La cruzada de 1444 organizada por el papa Eugenio IV para defender Constantinopla, donde se unieron húngaros, polacos y rumanos, formó un ejército cristiano mandado por Ladislao, rey de Polonia y Hungría, con el concurso del famoso héroe húngaro Juan Huniada, sin embargo fueron derrotados estrepitosamente en Varna (Ciudad al noroeste de Constantinopla - Bulgaria). Ante la inminente caída de Constantinopla el Papa Nicolás V pidió otra ayuda a occidente convocando a los reyes cristianos para una cruzada, pero su llamado fue ignorado, solo los venecianos y genoveses acudieron en la defensa de la capital. Finalmente en 1453, siendo emperador Constantino XI, el Islam salió triunfante y victorioso conquistando a Constantinopla con el sultán Mohamed II a la cabeza. Mohamed II convirtió a la ciudad en nueva sede de su residencia y la llamó Estambul. De esta manera, luego de diez siglos de supervivencia, desapareció el Imperio Romano de Oriente y las esperanzas de la Iglesia de resolver el cisma de oriente surgido en el año 1054. Ante esta circunstancia, Roma, la sede del Papa quedaría aún más desprotegida, sin su aliado natural. Para su supervivencia solo contaba con su otro mejor aliado, el „Sacro Imperio Romano Germánico‟.
Para el año de 1492, año del descubrimiento de América por parte del mundo occidental europeo, Rodrigo de Borja llegó a ser elegido Papa, con el nombre de Alejandro VI; una vez electo Papa desencadenó y se involucró en decenas de situaciones políticas, envuelto en intrigas y en las tormentosas y traicioneras relaciones entre los poderes internacionales, buscó a través de alianzas políticas y conspiraciones hacer que su familia se
consolidase dentro de la nobleza italiana y acrecentar su poderío, tarea que emprendió en conjunto con sus hijos nacidos cuando era cardenal: Juan Borgia, César Borgia, Lucrecia Borgia y Jofre Borgia (su madre Vanozza Cattanei), los cuales sirvieron como instrumentos de sus maquinaciones políticas (el cardenalato no siempre estuvo ligado a la consagración sacerdotal: era un cargo honorífico con el que se investía a laicos poderosos, incluso desde niños. La púrpura y la „castidad consagrada‟ no estaban, pues, necesariamente ligadas). A través de la Guerra italiana de 1494-1498 y la Guerra de Nápoles (1501-1504) se las ingenió para no sólo asegurar su poderío sino para acrecentarlo, valiéndose de las rivalidades entre las potencias de la época y las tensiones políticas entre las familias de la aristocracia europea, consiguiendo durante los 11 años que duró su papado impulsar hasta la cima del poder a la Casa de Borgia en la península Itálica. Trágicamente, las mismas intrigas y poderes que le sirvieron para llevar a la Casa de Borgia a la cima, aseguraron su destrucción, pues todo el poder que los Borgia habían obtenido, inclusive el éxito militar de César Borgia, giraba en torno al Vaticano y por ende dependía de la permanencia de Alejandro VI en el papado, por lo que con su muerte, la vasta red de condados, principados y territorios que los Borgia habían puesto a sus pies, sucumbió en el acto, sellando el destino de César Borgia, quien moriría cinco años después en 1507 sepultando la era de los Borgia y su dinastía.
Al asumir el papado Julio II en 1503 este recuperó las tierras que los Borgia, con el papa Alejandro VI a la cabeza, habían arrebatado a la Iglesia. Comenzó a reconstruir la Basílica de los Apóstoles colocando la primera piedra del edificio el 18 de abril de 1506. Miguel Ángel pinta los frescos de la capilla
Sixtina y Rafael Sanzio pinta las galerías del Vaticano (1508-1511). Así convertiría al Vaticano en el Estado esplendoroso y hegemónico de Italia. El Papa combatió primeramente a las repúblicas más débiles y, para combatir a Venecia, solicitó la ayuda de Luis XII de Francia, Fernando I de España y del emperador Maximiliano I de Austria, asociación que llamó Liga de Cambrai al ser acordada en la ciudad francesa de Cambrai, el 10 de diciembre de 1508. Venecia fue derrotada, pero Francia aprovechó de quedarse con Milán y Génova. El Papa al ver amenazado de nuevo los Estados Pontificios organizó el 4 de octubre de 1511 la Liga Santa, integrada por los Estados Pontificios, Venecia y España; un mes después se adhirieron el rey de Inglaterra Enrique VIII, y algo más tarde el emperador Maximiliano y el rey de Suiza.
En abril de 1512 se entabló una cruenta batalla en Rávena, situada hacia la costa noroccidental de Italia, cerca de Bologna en la que los ejércitos franceses se mostraron superiores inicialmente y hasta pudieron haber resultado victoriosos si no hubiese encontrado la muerte en el combate su líder Gastón de Foix. Las tropas suizas los vencían en Novara en junio de 1513, les hicieron cruzar los Alpes y los acosaron hasta Dijon donde firmaron un tratado y un pago de 400 mil escudos de plata por ceder el ducado de Milán. A partir de este momento sólo cosecharon derrotas; las tropas

inglesas, bajo las órdenes de Enrique VIII atacaron a La Palice, dispersando a los franceses. Jaime IV de Escocia, trató de invadir Inglaterra muriendo en batalla y sin poder desviar la atención de Enrique VIII sobre Francia. El ejército español comandado por Carmona bombardeó Venecia sin éxito pero en la batalla de la Motta salió victorioso. Rodeada y sin aliados, Francia se rindió finalmente y en 1514 firmó la paz por la que el soberano francés hubo de reconocer la anexión de Navarra a Castilla y renunciar a Milán, Bolonia, Parma, Reggio y Piacenza. En Italia, el Rey Católico afianzó su poder en Nápoles. La Italia estaba libre, Julio II murió con la gloria de haberla libertado del extranjero el 21 de febrero de 1513. Aunque las guerras entre España y Francia por la posesión de Italia continuarían en los años siguientes. El 4 de marzo de 1513, fue elegido al pontificado Juan de Médicis como León X a la edad de 36 años. Durante su papado se comenzó a imprimir y traducir la Biblia en todos los idiomas, lo que hace falsa la afirmación de algunos desconocedores de la historia del que los papas hayan tenido la Biblia bajo llave, y que Lutero haya venido a revelarla al mundo. En esa labor de impresión siguieron Adriano VI y Clemente VII. La construcción de la Basílica de San Pedro causó que el Papa recurriera a la venta de indulgencias; publicó una bula el 31 de marzo de 1515 solicitando los donativos de los fieles cristianos para la obra basilical, punto que fue el detonante para que Martín Lutero mostrara su rebeldía frente al papado.
Ya para el siglo XVI, la guerra que había sido iniciada en 1337 entre Francia e Inglaterra había sumido a la Europa occidental en una severa crisis económica y moral, la nobleza media había caído en desgracia y veían una oportunidad de recuperación económica si se apoderaban de los bienes y de las
tierras de la Iglesia que para ellos eran „improductivas‟, para lograr este fin atizaban a las numerosas familias pobres que eran de su responsabilidad en contra de la Iglesia. Varios religiosos, pensadores humanistas y políticos venían intentando con sus discursos y protestas provocar un cambio profundo y general en los usos y costumbres de la Iglesia para su propia conveniencia. Los intereses políticos y de dominio global tanto de Francia, Inglaterra, España como del „Sacro Imperio Romano y Germánico‟ que venían perdiendo su esplendor desde iniciada la guerra entre Francia e Inglaterra en 1337, veían en el Papa un obstáculo más para lograr ese dominio global, pues el mundo occidental estaba prácticamente dominado por el catolicismo. Los papas le habían negado a los reyes de Francia e Inglaterra su pretensión de nombrar a los obispos, punto que dificultaba más las relaciones si se consideraba que los papas intervenían en la coronación de los emperadores del Sacro Imperio y convalidaban el nombramiento de los reyes y príncipes de todo el occidente.
Todos estos factores que hemos ido analizando, sobre todo a partir de 1453 cuando cayó la última reminiscencia del otrora Imperio Romano (El Imperio Bizantino), que fueron de orden político, social, y económico, conflictos de relaciones entre los reyes, papas y emperadores, los cismas de occidente y de oriente, el auge de los nacionalismos eclesiásticos, la decadencia moral que involucró a parte del clero y en especial a sectores del episcopado, el práctico monopolio de la nobleza, la debilidad del poder soberano en un Imperio fragmentado en un sinfín de principados y reinados, y sobre todo el resentimiento contra Roma, encendieron la mecha detonante para que en el año 1517 el reformador Martín Lutero, un monje agustino alemán, quien además tenía muchas ganas de casarse, colgara en las puertas de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, en las que atacaba la venta de indulgencias y esbozaba
lo que sería su doctrina sobre la salvación solo por la Fe. El mayor impacto de la Reforma Protestante fue que eliminó uno de los más importantes focos de unidad en el que se sustentaba el Sacro Imperio, la unidad cristiana bajo el seno de la Iglesia Romana, y que era relevante para las ambiciones imperialistas de los gobernantes de dicho Imperio. Al ser un imperio con una pretensión de universalidad, en la que se incluía una sola visión religiosa, este conflicto representó la ruptura definitiva de la unidad cristiana de la Europa Central y Occidental, y en lo sucesivo sería prácticamente imposible que los países de estas zonas europeas desarrollaran una política exterior especialmente soportada en una visión definitiva del cristianismo, hiriendo de muerte el imperialismo basado en la religión. El final del Sacro Imperio Germánico coincidió entonces con el final del concepto de Cristiandad.
De allí surgió lo que se llamó la guerra de los treinta años, en la que Alemania con su mayoría protestante se enfrentó principalmente al resto de las potencias europeas que se mantuvieron apegadas al catolicismo. La guerra pasó de ser solo un enfrentamiento religioso a una búsqueda de una situación de equilibrio político, alcanzar la hegemonía en el escenario europeo, enfrentamiento entre potencias rivales, etc. El mayor impacto de esta guerra, en la que se usaron mercenarios de forma generalizada, fue la total devastación de territorios enteros que fueron esquilmados por los ejércitos necesitados de suministros. Los continuos episodios de hambrunas y enfermedades diezmaron la población civil de los estados alemanes, y en menor medida, los de los Países Bajos e Italia, además de llevar a la bancarrota a muchas de las potencias implicadas. Aunque la guerra duró 30 años, hasta el año 1648, los conflictos que la generaron siguieron sin resolverse durante mucho tiempo.
Así pues, hemos visto que a pesar de las distintas persecuciones sufridas por la Iglesia, su lucha anunciando el Reino de Dios y la igualdad de todos los seres ante los ojos de Dios desintegró los fundamentos del Estado romano. No fue la novedad de la creencia lo que sublevó a los potentados romanos contra los cristianos; lo que querían suprimir eran los postulados anti estatales de su doctrina. Aun después que Teodosio I había formalizado al cristianismo como religión del Estado, esta pelea entre los distintos poderes imperiales por destruir la Iglesia y alcanzar su hegemonía total, amén de las mismas conspiraciones internas alimentadas por las ambiciones de poder, ha sido siempre a sangre y fuego. Pero allí ha estado la promesa de Jesús en esta dispensación de la gracia, antes y después de su resurrección: “18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” (Mateo 16,18). “18 Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,18-20).
Toda esta lucha entre los poderes políticos, económicos y religiosos que terminaron con el nacimiento del protestantismo en el año de 1517 me hicieron recordar, en cierta manera, el episodio de las luchas internas y la división que también ocurrió entre las 12 tribus de Israel. Esta rivalidad que venía fraguándose desde los tiempos de los reyes Saúl y David se consolidó más tarde con la muerte de Salomón, hijo de David, debido a la ambición por detentar el poder político y religioso entre los distintos componentes de esa confederación
de tribus que era Israel. Al morir Salomón se retiraron las diez tribus del Norte (Israel) y tuvieron una sucesión de reyes impíos. El juicio de Dios cayó sobre ellos en la cautividad asiria en el año 721 a.C. Las dos tribus restantes del sur (Judá), aunque tuvieron algunos reyes piadosos, siguieron el mismo camino y fueron llevados cautivos por los babilonios en el año 587 a.C. Al finalizar los 70 años de cautiverio, en concordancia con la promesa de Jeremías 29,10, Israel pudo nuevamente regresar a su tierra. Los libros de Ageo y Esdras relatan el regreso del pueblo y sus luchas de veinte años por reconstruir el templo, y Nehemías completa la historia con la reconstrucción de los muros de Jerusalén y de la ciudad en el 455 a.C. Al regresar Israel a su tierra no aprendió la lección, no siguió al Señor y cayó bajo el dominio de medos y persas durante 200 años; luego se vio envuelto en una guerra entre Siria y Egipto después de la muerte de Alejandro el Grande en el año 323 a.C. Mientras tanto, el imperio romano comenzó a expandirse con la conquista de Sicilia en el año 212 a.C., Jerusalén fue sometida por el general romano Pompeyo en el año 64 a.C. Israel fue cruelmente tratado por los romanos, se llevaron a centenares de miles de judíos como esclavos. Finalmente, bajo la autoridad romana fue crucificado Jesús, y más tarde (70) fue destruida la ciudad de Jerusalén, e Israel se vio esparcido por todo el mundo y alejado de su tierra. La historia del hombre parece ser la misma, sus necesidades, aspiraciones e intereses son los mismos ayer, hoy y siempre, aquí y allá. Los sentimientos del hombre han estado gobernados mayormente por la soberbia y el egoísmo, conllevándole siempre hacia un lastimoso desenlace: vivir alejados de la misericordia que nos ofrece Dios.

La historia de las 12 tribus de Israel desde el año 931 a.C. hasta el año 70 d.C.
Las doce tribus descendientes de los doce hijos de Jacob después que habían salido de la esclavitud en Egipto, guiados por la mano de Moisés, y batallado con los jebuseos, anacitas, amalequitas, amorreos y cananeos para conquistar las tierras de Canaán, una vez asentados en las tierras sometidas nombraron a su primer rey Saúl, a este lo sucedieron David y su hijo Salomón; después de la muerte de este último, en el año 931 a.C., se dividieron en dos reinos, el del norte, comandado por Jeroboam funcionario de Salomón, hijo de Nabat, de la tribu de Efraín y de la ciudad de Seredá, cuyo asentamiento de culto se fijó hacia el norte, en Siquem (hoy Nablus), construyendo dos ídolos de oro en forma de toros como imágenes de culto para los hebreos, uno en Dan al norte y otro en Betel hacia el sur (1 Reyes 12,28-29) para evitar que el pueblo fuera a adorar a Jerusalén y se volvieran a Roboam (1 Reyes 12,26-27); este reino fue conocido como el reino de Israel o de Efraín. El reino del sur fue comandado por Roboam, hijo de Salomón, siendo apoyado por las tribus de Judá y Benjamín, junto al clan sacerdotal de los Levitas. Este reino se denominó reino de Judá y su asentamiento fueron las

tierras de Hebrón, aunque su gran centro de culto continuó siendo Jerusalén.
Las hostilidades entre los dos reinos fueron creciendo cada vez más; el apoyo de Egipto para con el reino de Judá terminó con la caída del faraón Psusenes II de la dinastía XXI. El nuevo faraón Sesonq I (llamado en la Biblia Sosaq) de la dinastía XXII asaltó y saqueó el templo en Jerusalén; sin embargo Roboam en el 922 a.C. consiguió rescatar las ciudades judías, y especialmente Jerusalén, mediante la entrega de un tributo al nuevo Faraón. Tras esa incursión de Sesonq I, Jeroboam se movió más hacia el norte, trasladando provisionalmente su residencia real de Siquem a Penuel, en Transjordania, y, más tarde, a Tirsá, donde también residió su sucesor, Basá. Posteriormente el sexto rey de Israel Omrí (882-871 a.C.) fundó una nueva capital en Samaria cuyo nombre era Shomeron (1 Reyes 16,24), acercándose a las fuerzas del oriente próximo: el reino de Damasco, las tierras de los imperios fenicio (Cananeos) y Asirio (Babilónicos), con los que establecen alianzas.

En el año 845 a.C. Yehú es ungido rey de Israel por el profeta Eliseo. Depone a los reyes Omrí y Joram. El rey Ocozías de Judá, hijo de Joram, es asesinado en el año 846 a.C. Su madre Atalía se hace con el poder e inicia en Jerusalén una persecución contra
los que se oponen al culto del dios Baal. Seis años después, Atalía es asesinada. En el 838 a.C. Joás, hijo de Ocozías, es coronado rey de Judá. En Jerusalén se destruye el templo de Baal y a sus sacerdotes. Se restaura la religión de YHWH. La misma actitud toma Yehú en Israel, destruyendo el templo de Baal en Samaria. Se aviene a pagar un tributo al rey asirio Salmanassar III para defenderse de los arameos de Damasco y que fueron luego derrotados por los asirios para que Joás tomara las zonas que habían dominado los arameos en Galilea. Jeroboam II, decimo cuarto rey del reino de Israel recobró la pasada prosperidad del reino (787-747 a.C.). Damasco y Asiria atravesaban una etapa de debilidad, de modo que Israel pudo reconquistar todos sus antiguos territorios (II Reyes 14,23-29). Las relaciones comerciales aportaron grandes riquezas al reino, pero el bienestar material desembocó en degeneración religiosa y moral, sobre todo en el campo de la ética social. En aquel tiempo ejercieron su actividad profética en el reino del norte Amós y Oseas, que denunciaron implacable e incansablemente aquella cultura brillante, pero enteramente profana y secularizada (Amós 5,21-22; 2,6-8 y Oseas 6,6-10). El profeta Jonás predijo que el nuevo rey recuperaría los territorios del norte y del este que en tiempos anteriores habían pertenecido a Israel (II Reyes 14, 25), y Jeroboam II cumplió esta profecía. Con su muerte y el final de la dinastía de Jehú entraba Israel en la agonía.
También en el reino del sur, Judá, vivieron por esa misma época los reyes Amasías y Azaría, una parecida etapa de esplendor derivada de las mismas causas: paz con Israel, debilidad de Damasco y Asiria, fomento de la agricultura y la viticultura y reactivación del comercio exterior. También fueron iguales las consecuencias: riqueza, secularización,
pésima situación social. Bajo este último monarca inició Isaías su actividad en el reino del sur.
A partir de entonces, la historia de ambos reinos estuvo condicionada por el resurgimiento de Asiria. Teglatfalasar III (745-726 a.C.), a quien la Biblia llama también Pul, reanudó la antigua política expansionista hacia Occidente. Sometió a Siria y en el año 738 a.C. Menajem de Samaría tuvo que pagarle tributo. Pero su sucesor, Pecajías, organizó una coalición contra Asiria, de la que formaban parte, además de Damasco, otros cuatro aliados. Quisieron también obligar por la fuerza (guerra siro-efraimita) a Ajaz de Judá (741-723 a.C.) a unirse a la alianza. En vano exhortaba Isaías a poner la confianza en YHWH. Ajaz se dejó guiar por consideraciones humanas y pidió ayuda a los asirios, contra la coalición, que ya habían penetrado en Siria. Teglatfalasar no sólo conquistó Damasco sino que arrebató también al reino del norte los campos de Galaad y de Galilea, que pasaron a ser las provincias asirias de Galaad, Meggidó y Dor. Israel quedaba reducido a la zona montañosa efraimita, con Samaría como capital. Cuando finalmente Ozías, asesino de Pecaj, se negó, tras la muerte de Teglatfalasar, a seguir pagando tributo, y entabló negociaciones con Egipto, quedó sellada la ruina de Israel. Sin pérdida de tiempo, el nuevo rey de Asiria, Salmanasar V, regresó a Samaría y, tras un asedio de tres años, se apoderó de la capital (entre diciembre de 722 y abril de 721 a.C.). Da noticia detallada de ello, en sus Anales, Sargón II, sucesor de Salmanasar. Desaparecía así el Estado de Israel. Su territorio se convirtió en la provincia asiria de Samaría. Una parte de la población fue deportada y asentada al norte de Mesopotamia y en Media, donde fue absorbida tanto étnica como religiosamente por su entorno. En un movimiento inverso, Salmanasar (y también sus sucesores) trasladaron a Samaría un abigarrado conjunto de gentes de otros países que conformaron el pueblo samaritano de tiempos de Jesús. Se
desarrolló, por consiguiente, en el suelo samaritano, un sincretismo religioso cuyas consecuencias se prolongaron hasta la época neo testamentaria. Fue durante el rey Acaz que el profeta Isaías profetizó que Cristo nacería de manera milagrosa de una Doncella (Virgen): “El Señor mismo os dará la señal: He aquí que la Virgen [העָלַמְהָָ֗ almaj: jovencita] estará grávida dando a luz un Hijo que se llamará Emmanuel [lo que quiere decir: Dios está con nosotros].” (Isaías 7,14). Hagamos un pequeño paréntesis aquí antes de continuar con el comentario de esta profecía de Isaías. Inserté en la traducción del hebreo al español, del versículo antes citado del libro de Isaías, la palabra hebrea „almaj‟ entre corchetes para resaltar la palabra que es usada en el hebreo original y que en este caso es traducida como „virgen‟, sin que realmente este tenga que ser el significado, pues el significado real de esta palabra es „mujer joven o jovencita‟ la cual puede ser virgen o no. Tal notable descubrimiento por los enemigos de la virgen María es un arma de ataque utilizada para remarcar que en ningún momento el profeta esta señalando que una „virgen‟ daría a luz un futuro mesías. Estamos de acuerdo con que „jovencita‟ sería la traducción acertada de esta palabra hebrea, pero a estos enemigos de la „Virgen‟ se les olvida que el evangelio original de Mateo que hasta hoy tenemos está escrito en griego (No hay nada en hebreo o arameo), y aludiendo a este pasáje de Isaías, por inspiración del Espíritu Santo, en el verso 23 del capítulo 1, interpreta el sentido de esta palabra utilizando la palabra griega παρθένος – partenós, que significa „virgen‟.
Sigamos con Isaías. Esta profecía le aseguraba al rey Acaz que su casa no sería exterminada por los
reyes sirios e israelitas. Así Acaz, descendiente del rey David confiaba que uno de sus descendientes sería el prometido Mesías. Isaías además le señala de las características del Niño: "Nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un Hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se llamará Maravilloso Consejero, Dios Fuerte, Padre Sempiterno, Príncipe de la paz..." (Isaías 9,6-7) Después durante el reinado de Ezequías (725-697 a.C.), hijo de Acaz, la población había crecido considerablemente en el reino de Judá. Ezequías realizó grandes obras, incluyendo la ampliación de las murallas para incluir la nueva población tanto en Jerusalén como en Lakís, construyó la piscina de Siloé para dar a la ciudad una fuente independiente de agua en el interior de la ciudad, amplió el Templo y destruyó los sitios de adoración profana, incluyendo la serpiente erigida en lo alto de un mástil (2 Reyes 18) que había hecho Moisés por orden de YHWH y que probablemente Salomón había traído desde Gibeón hasta el templo, y la cual llamaban Nehushtan ya que era hecha a base de cobre, los judíos le quemaban incienso y la habían convertido en un ídolo.

El rey asirio Senaquerib (705-681 a.C.), hijo de Sargón II, rodeó las murallas de Judá (2 Reyes 18,13) pero YHWH escuchó las oraciones de Ezequías e Isaías y envió un ángel que destruyó a sus hombres (2 Crónicas 32,16-22). Flavio Josefo, historiador judío del siglo I, señala que fue una peste la que acabó con los hombres de Senaquerib y por eso no pudieron tomar Jerusalén. Este rey se retiró a Nínive ciudad que había reconstruido esplendorosamente y que es mencionada en el libro de Jonás 3,3 (se cree fue el emplazamiento de los míticos Jardines colgantes de Babilonia), muriendo allí en el año 681 a.C. a mano de sus hijos (Isaías 37,37-38; 2 Crónicas 32,21) quienes huyeron a las tierras de Ararat. El profeta Isaías murió como mártir durante el reinado de Manases, probablemente su cuerpo fue cortado en dos mitades, con una sierra o hacha, de acuerdo a la interpretación que puede dársele a la raíz de la palabra hebrea גזָרַ utilizada en Isaías 53,8 y cuya transliteración es „gazar‟, la cual es utilizada en 2 de Reyes 6,4 con el significado de cortar árboles.
El Reino de Judá conservó su precaria independencia hasta el 587 a.C., cuando Nabucodonosor II, rey de la dinastía caldea-babilónica quien había liberado a Babilonia de la dependencia de Asiria y dejado a Nínive en ruinas, lo conquistó y deportó a Babilonia, llevando consigo al rey Joaquín y al profeta Ezequiel junto con los tesoros de la casa de YHWH y del rey (Daniel 1,1). Nabucodonosor II nombró entonces a Sedequías (el más joven de los hijos de Josías) tío de Joaquín como nuevo rey de Judá (2 Reyes 24,17; 2 Crónicas 36,10-21), el cual no fue reconocido por la mayor parte del pueblo de Judá. Posteriormente, en el libro de Daniel capitulo 2, se dice que Nabucodonosor II sueña con una gran imagen hecha de varios materiales (oro, plata, bronce, hierro, y barro cocido) que es destruida totalmente. El profeta Daniel lo interpreta y le señala que se
refiere al auge y la caída de los poderes mundiales. El rey Joaquín fue liberado por el sucesor de Nabucodonosor II, su hijo Evil Merodac, en el año 562 a.C. Posteriormente, Ciro II el grande quien había conquistado a Babilonia fue quien les permitió a los judíos regresar a Jerusalén en el 538 a.C., dejándoles reconstruir el Templo, tarea de la que se encargó Zorobabel, nieto de Joaquín último rey reconocido de Judá y por tanto ancestro de Jesús (Ageo 1,1.12.14) y que comenzó un 24 del noveno mes de Quislev (Ageo 2,18) en tiempos del profeta Ageo y se terminó el tercer día del doceavo mes de Adar, en el sexto año del reinado de Darío (Esdras 6,15). Así, la historia de Judá desde ese tiempo en adelante ha sido la historia de los judíos y el judaísmo. Judea tomó el lugar de lo que antes era el reino de Judá.
Las penurias de Judá no terminaron allí, era un pueblo debilitado, su subsistencia dependía de los poderosos vecinos de turno; primero con los persas, macedonios y egipcios; luego, con los sirios y romanos. En el año 336 a.C., Alejandro Magno rey de Macedonia inicia un nuevo imperio, que respetará la autonomía política y la libertad religiosa del pueblo judío. Los faraones ptolomeos también dejarán en paz a los judíos, a excepción de Ptolomeo IV Filopater que volverá a hacerles morder el polvo de la opresión. Derrotados los egipcios por los sirios, judá vuelve una vez más a gustar el sabor amargo de la opresión. El primer respeto por la cultura judía

se trueca ahora en invasión cultural helenizante, Antíoco III rey sirio de la dinastía Seléucida se anexiona Palestina, Antíoco IV Epifanes suprime el culto a YHWH y profana el templo consagrándolo a Zeus. El proceso de helenización estaba llegando a límites inaceptables para el sector más tradicionalista del país. Los judíos reaccionan primero con la resistencia pasiva, soportando incluso el martirio Eleazar, maestro de la Ley (2 Macabeos 6,18-31) y la madre con sus siete hijos (2 Macabeos 7,1-20). Pero la situación se hace insostenible y estalla la reacción violenta a cargo de una familia poderosa, los macabeos, dos de los cuales ejercerán de caudillos: Judas Macabeo en el año 165 a.C. quien vuelve a restaurar el templo un 25 de Quislev y Jonatán su hermano en el 160 a.C. Su influencia durará hasta el siglo siguiente, en que cederá bajo el impulso romano de Pompeyo quien captura a Jerusalén para Roma en el año 64 a.C. Los judíos fueron cruelmente tratados por los romanos, se llevaron a centenares de miles como esclavos. La influencia helenista se deja sentir tanto en los elementos materiales de la cultura – las sinagogas serán de corte helenista, como en la influencia en el lenguaje, por ejemplo, la palabra „sanedrín‟ de origen griego cuyo concepto se remonta al concejo de ancianos de la Tora (Números 11,16-17), como en las demás manifestaciones referentes al estilo de vida y manera de pensar (Fue en el año 280 a.C., que se inició la versión al griego del Pentateuco, escrito en hebreo y arameo, por obra de seis escribas de cada una de las doce tribus, de entre los residentes en Alejandría; de ahí que se designe a esta traducción griega „versión de los LXX‟, la cual se terminó en el año 200 a.C.).
Herodes el Grande fue nombrado rey por Antonio y Octaviano en el año 39 a.C. „en el tiempo de la Olimpíada ciento ochenta y cuatro, siendo los
cónsules Gnaeus Domitius por segunda vez y Gaius Asinius Pollio‟. Herodes tomó Jerusalén en el año 36 a.C.durante el consulado en Roma de Marcus Agrippa y Caninius Gallus (The Handbook of Biblical Chronology [Revised Edition; Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers, 1998] ISBN 1-56563-143-9). En el año 20 a.C. Herodes el Grande comienza a reconstruir el templo de Jerusalén y lo termina entre finales del 19 y comienzo del 20 a.C. Jesús nace aproximadamente en el año 2 a.C. y Herodes muere antes del eclipse lunar parcial del 10 de enero del año 1 (Finegan, Handbook of Biblical Chronology, 1998 revision). Finalmente, bajo la autoridad romana fue crucificado Jesús el 3 de abril del año 33, y más tarde en el año 70 fue destruida la ciudad de Jerusalén por el General romano Tito, hijo del emperador Vespasiano, con una fuerza de 60.000 soldados. El historiador judío-romano Flavio Josefo en su libro „La guerra de los judíos‟ (tomos V, VI, VII) narra los acontecimientos. Los romanos penetraron en la ciudad, capturaron la Fortaleza Antonia e iniciaron un asalto frontal sobre el Templo al cual incendiaron, mientras que la ciudad fue saqueada, unas 97.000 personas fueron capturadas y esclavizadas y otros escaparon a lugares próximos al Mediterráneo. Al parecer Tito se negó a aceptar una Corona de hojas (condecoración militar romana) alegando que „no hay mérito en vencer a unas gentes abandonadas por su propio Dios‟ (Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana 6.29).
Así pues, la convivencia de los descendientes de Jacob en la tierra donde vivieron sus antepasados (Abraham, Isaac y Jacob) fue un proceso traumático, su desobediencia los llevó a perder su unidad y a vivir dispersos por el mundo. El Señor después de establecer su alianza con ellos, los aglutinó alrededor del Tabernáculo desde su salida de Egipto
unos 1.500 años a.C. El templo era el símbolo de la unidad de las 12 tribus de Jacob, era en el lugar santísimo donde observaban la presencia de Dios como un resplandor sobre los dos querubines que vigilaban el arca (1 Samuel 4,4; Éxodo 25,21-22; 29,43; Hebreos 9,5); el arca que guardaban en el lugar santísimo simbolizaba la alianza de YHWH con el pueblo pues allí se resguardaban las dos tablas de la ley, la vara florida de Aarón y una vasija que contenía una muestra del maná que Dios les había bajado del cielo. El Señor le prometió a Moisés, antes de entrar a Canaán, enviarle al pueblo israelita a su debido tiempo otro profeta similar por su importancia y poder espiritual, y que el Señor mismo hablaría por sus labios: "18 Yo les suscitaré de en medio de sus hermanos un Profeta, como tú, pondré en Su boca Mis palabras, y Él les comunicará todo cuanto Yo le mande. 19 A quien no escuchará las palabras que Él dirá en Mi nombre, Yo le pediré cuenta" (Deuteronomio 18,18-19). En tiempos de David, unos 1.000 años a.C., por boca del profeta Nathan el Señor promete establecer de un descendiente de David el Reino de la Eternidad: "Él edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré un trono por siempre" (2 Samuel 7,13). De allí la importancia del templo para los descendientes de Jacob, era la casa de Dios, mientras esta estuviese levantada tendrían la esperanza del retorno del Mesías prometido y el establecimiento del trono de YHWH para siempre con sus enemigos como escabel a sus pies (Salmo 110).
El final. Todas esas fuerzas del mal que hemos visto (las ambiciones de riquezas, de poder y dominio, la soberbia y altivez de corazón) fueron enfrentadas sin éxito por el pueblo de Jacob, éstas provocaron su separación en dos reinos y sellaron además su fracaso definitivo al invalidar el Antiguo Pacto establecido entre Dios y ellos a pesar de que Él había sido como un marido para ellos (Jeremías 31,31-32). Desde Pentecostés hasta hoy como hemos visto, esas fuerzas del mal también han atentado contra el pueblo nacido bajo el Nuevo Pacto, la Iglesia de Cristo, pero con una diferencia muy notable. La diferencia esta vez es que el Espíritu Santo mora en la Iglesia y es su defensor. El mediador del Nuevo Pacto ya no es el viejo Adán, pecador representado por Moisés, sino el nuevo Adán, Jesús, el hombre sin pecado (2 Corintios 5,21; 1 Pedro 2,22; 1 Juan 3,5), cuya promesa directa es que las puertas del hades no prevalecerían contra la Iglesia (Mateo 16,18-19), pues no estaría sola. Desde el día de Pentecostés el Espíritu Santo es su defensor, Jesús lo predijo y lo prometió: “17 ¡Cuídense de los hombres! A ustedes los arrastrarán ante sus consejos, y los azotarán en sus sinagogas. 18 Ustedes incluso serán llevados ante gobernantes y reyes por causa mía, y tendrán que dar testimonio ante ellos y los pueblos paganos. 19 Cuando sean arrestados, no se preocupen por lo que van a decir, ni cómo han de hablar. Llegado ese momento, se les comunicará lo que tengan que decir. 20 Pues no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre el que hablará en ustedes.” (Mateo 10,17-20) y en Marcos 13,11 y Lucas 12,12, dice: “porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir.
Dios quería que el pueblo de Israel fuese su „atesorada posesión y una nación Santa‟ (Éxodo 19,5-6). A esto los Israelitas respondieron, “Haremos todo lo que nos has mandado” (Éxodo 19,8), sin embargo
no lo hicieron (Hebreos 8,9). Su respuesta revela el orgullo del hombre en sus creencias de que él es quien tiene la habilidad de producir por si solo su santidad. YHWH le dice a Isaías: “El buey conoce a su dueño, y el burro el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene discernimiento.”(Isaías 1,3). La apostasía es una abominable falta de gratitud. El buey „conoce‟ (en hebreo ידָעַ que se pronuncia yada y que significa reconocer por la vista, por el cuidado) al que lo compra y es su dueño, y le obedece; el burro también „conoce‟ al pesebre de su señor y en cierta forma le muestra su gratitud por llenárselo de alimento todos los días. Sin embargo, Israel no discierne a su Señor ni viéndolo, ni sintiendo el cuidado que Él mismo le tiene como su proveedor. El buey y el burro, que son animales, en esta analogía muestran mayor gratitud que ellos. La alianza entre Dios e Israel era un pacto o compromiso recíproco de fidelidad entre Dios y su pueblo. Ya no era una alianza con una persona, como hizo con Noé (Génesis 9,9-17) y con Abraham (Génesis 17,1-11), sino con todo un pueblo. El antiguo contrato fue una anticipación de la Nueva Alianza hecha entre Dios y Jesús como el único mediador de la Nueva Alianza (Éxodo 24,8; Lucas 22,20). El Antiguo pacto que tenía a Moisés como mediador entre Dios y el pueblo (Éxodo 24,3-8) fracasó en manos de los israelitas, pues con todo y lo perfecto que escogían el cordero pascual, el agua y su sangre que rociaban lo hacían sobre un pueblo rebelde y desobediente que invalidó dicho pacto.
Ese primer pacto fue sombra de uno nuevo y perfecto que establecería un Nuevo Mediador entre Dios y los hombres, Jesús el Cordero de Dios (Hebreos 8,8-13). Jesús no vino para incumplir con la Ley o Viejo Pacto, el tuvo que encarnarse como hombre perfecto
para saldar las cuentas incumplidas por los hombres y dar por terminado ese Antiguo Pacto (Mateo 5,17-18). Solo así podría adentrarnos en otro Pacto Nuevo y perfecto, sellado esta vez con su propia sangre, el pacto de la gracia y de la vida (2 Corintios 2,7). El Sumo Sacerdote ya no sería un Levita descendiente de Aarón, sino el sacerdote perfecto de la orden de Melquisedec, el Señor Jesús (Hebreos 7,1-10). La sangre sacrificial del cordero derramada en el Nuevo Pacto y mezclada con agua ya no sería la del macho primogénito escogido de la manada, sino la del primogénito y único hijo de Dios, y esta mezcla de sangre y agua ya no sería rociada nuevamente sobre un pueblo desobediente, sino sobre el mismo Jesús, quien representó la garantía de la obediencia perfecta (Mateo 26,28); de manera que ya no hay posibilidad de que este Nuevo Pacto sea incumplido. Ya no es el pueblo judío errante que con sus debilidades vagaba por el desierto, llevando sobre sus hombros la responsabilidad del cumplimiento de la ley, con la esperanza de poder llegar salvos algún día a la tierra prometida; ahora es la Iglesia de Dios que transita sobre este mundo acompañada de la fortaleza que le transfiere el Espíritu Santo, el paráclito prometido por Jesús que no la abandonará en su peregrinar camino a la Nueva Jerusalén (Juan 14,18).
Este pueblo que conforma la Iglesia, que surgió desde el día de Pentecostés, lleva ahora inscrita la ley en sus corazones en su camino hacia la Nueva Jerusalén (Hebreos 8,10), emergiendo de las aguas de un único bautismo comandado por Jesús, con una sola Fe y unidad, con una misma esperanza y caridad (Mateo 28,29; 1 Corintios 8,6). Por el bautismo, no sólo se borró de nuestras almas el pecado original, sino que también se le dio vida espiritual a nuestra alma a través de la gracia santificante. Cuando estamos en ese estado de gracia santificante, estamos íntimamente unidos a Dios; somos hijos adoptados de Dios; somos templo del Espíritu Santo. Además, en el
bautismo, Dios infundió en nuestras almas las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, así como los siete dones del Espíritu Santo (hábitos infusos que nos dan la ayuda especial para conocer y hacer la voluntad de Dios). Esta ayuda especial del Espíritu Santo aumenta cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación. Esta es la razón por la que la Iglesia prescribe que aquéllos que han de casarse o han de entrar a los estados clericales o religiosos, deben haber recibido el Sacramento de la Confirmación. Así pues, nuestra Fe es exactamente la misma enseñada infaliblemente desde los primeros obispos nombrados por San Pedro hasta la de sus sucesores actuales. Y cuando se estudian estas enseñanzas de los primeros obispos y concilios a través de los siglos, hay tal consistencia y exactitud entre sus enseñanzas que, si uno no estuviera consciente del largo período transcurrido entre cada escrito o cada concilio, desde el siglo I hasta la fecha, donde se han sucedido 265 Papas, uno hubiese pensado que el autor es uno solo, y claro no estamos muy mal en esa apreciación, el autor ha sido uno: el Espíritu Santo. Esta maravillosa manifestación de la divina asistencia del Espíritu Santo es lo que refleja la unidad que ha mantenido la Iglesia Católica a lo largo de los siglos. La Iglesia Católica está hecha de hombres de todas las naciones viviendo en diferentes lugares del mundo, hablando en idiomas diversos, con bastantes diferencias en costumbres y culturas; y, con todo, están unidos en la misma Fe, en el mismo culto, el Santo Sacrificio de la Misa, y en los mismos medios de santificación, los siete sacramentos. Esta unión de Fe y de culto entre los hombres, manifiesta la divina asistencia del Espíritu Santo en una Iglesia que ha perdurado incólume por 2.000 años.
Así como el Cuerpo Místico recibe la asistencia del Espíritu Santo, esa asistencia ocurre también dentro de cada una de las almas individuales de los fieles. San Pablo en su primera epístola a los Corintios les recordó de la morada del Espíritu Santo en sus almas: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.” (1 Corintios 3,16). Esta es una muy importante verdad de nuestra Fe. No puede haber duda de que vivimos en tiempos muy problemáticos y confusos, de tipo doctrinal y espiritual, como escribió una vez San Pablo: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Timoteo 4,3-4). La Iglesia está formada por hombres, débiles y pecadores, que necesitan una constante vigilancia y consejo, la Iglesia es el objeto de la suprema atención de Cristo. La Iglesia, como tal se parece a las demás sociedades. Aun así difiere de ellas más de lo que se les parece: por ello es una sociedad sobrenatural. La Iglesia es la sociedad de los que Cristo ha redimido del mundo, es decir, de los hombres que se han separado de Dios y cuyo reino es el de las tinieblas (Efesios 6,12) que yace en poder del Maligno (1 Juan 5,19) y que odia a Cristo (Juan 15,18).
Los apóstoles representan la naturaleza interna de la Iglesia utilizando tres metáforas: como el Cuerpo de Cristo, la Esposa de Cristo y como el Templo de Dios. Como cuerpo gobernado y dirigido por Cristo su cabeza, su significado es mucho mayor al que a veces hacemos con la analogía familiar entre la cabeza
como guía y coordinadora de las actividades de cada uno de los miembros u órganos del cuerpo humano. Esa analogía expresa en realidad la diversidad de funciones de cada componente del cuerpo, la obediencia que siguen al mando de un solo ente, y la cooperación que cada uno de esos componentes deben tener para lograr un fin común; pero es insuficiente para explicar los términos en los que habla San Pablo de la unión entre Cristo y sus discípulos. Cada uno de ellos es un miembro de Cristo (1 Corintios 6,15); juntos forman el cuerpo de Cristo (Efesios 4,16) pero como unidad colectiva son simplemente denominados Cristo (1 Corintios 12,12). Como Esposa de Cristo, el Apóstol dice que la unión entre Cristo y su Iglesia es como la unión matrimonial de un hombre y una mujer. Así ordena a las mujeres que estén sujetas a sus maridos como la Iglesia está sujeta a Cristo. (Efesios 5,22). Ordena a los maridos que amen a sus mujeres, “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5,25), “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne” (Efesios 5,30; Génesis 2,24). Con estas palabras el Apóstol indica el misterioso paralelismo entre la unión del primer Adán con la esposa formada de su cuerpo, y la unión del segundo Adán con la Iglesia. El apóstol Pedro describe a la Iglesia como templo de Dios, en el que los discípulos son “piedras vivas” (1 Pedro 2,5). El apóstol Pablo dice:
Sois templo del Dios vivo” (2 Corintios 6,16), recuerda a los efesios que están “edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Jesucristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor” (Efesios 2,20) y añade “Si alguno violara el templo de Dios”, hablando de los que corrompen la Iglesia (el templo interior que en
griego es ναόρ – transliterado naos) mediante falsas doctrinas, “Dios le destruirá a él” (1 Corintios 3,17). El Apóstol, cuando emplea esta palabra „naos‟, está claramente comparando la Iglesia Cristiana con el „Santo de los Santos – En hebreo קדשׁ הקדשׁים transliterado qodesh ha-qodeshim‟ donde Dios manifiesta su presencia visible en la „Shekinah‟ (palabra en español para la traducción del hebreo שכינה que significa la gloria o radiancia de Dios), así el Apóstol inculca a sus lectores la clase de santidad que tiene la Iglesia a la que se han incorporado. Hoy podemos decir que la relevancia de la Iglesia en la historia, ha sido de tal magnitud que ha influido en el desarrollo de la humanidad, no solo en el campo espiritual, sino en lo social. La Iglesia ha transmitido al mundo la Palabra de Dios durante los siglos, y la doctrina de Cristo ha influido en la elaboración de los derechos humanos, las constituciones, en la abolición de la esclavitud, en la educación y sus estructuras, en la política, en la revolución industrial y científica, en la salud. Quienes cuestionan la historia de la Iglesia como fidedigna, no solo ignoran la Biblia sino la cantidad de fuentes históricas de las que dispone el orbe mundial.
Oremos pues e invoquemos al Espíritu Santo, ya que cada uno de nosotros necesita grandemente de su protección y ayuda. Somos la esposa del cordero desde el llamamiento de Cristo a los doce Apóstoles para comenzar el ministerio de la predicación del arrepentimiento para salvación y advenimiento del reino y que fue confirmado por el bautismo del Espíritu Santo en Pentecostés, tras la resurrección de Jesucristo en Jerusalén, y su posterior ascensión. Velemos pues, porque no sabemos el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir (Mateo 25,13).
Finalmente quiero decir algo, doy gracias a Dios por el regalo que me ha dado de permitir mi reencuentro con Jesucristo en la Iglesia Católica que Él fundó y porque sólo por su asombrosa misericordia he podido hallar el camino de regreso a mi verdadera casa. Y a ti hermano, si eres católico te pido que le des gracias a Dios por pertenecer a la Iglesia fundada por Jesucristo, y esfuérzate por serlo un ciento por ciento para que reflejes al mundo la calidad de unidad que nuestro Señor exhibía con nuestro Padre celestial, y sepa también que Él nos ha amado como también amó a nuestro Señor. Si eres protestante, sigue buscando a Dios de todo corazón, estudia la Palabra de Dios e investiga sobre la historia de la Iglesia, allí descubrirás la plenitud de la verdad y lo que creemos desde el día de pentecostés, hace 2.000 años. „Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada me refiero a todos los fieles de cualquier lugar , porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica‟ (Adversus haereses [Contra las Herejías], Libro III, 848 – 3,2; San Ireneo de Lyon, escrito durante el pontificado de San Eleuterio, alrededor de los años 180/190). “Y el Espíritu y la Esposa dicen: ven. Y el que oye, diga ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.(Apocalipsis 22,17).

Bendiciones, su hermano en Cristo, José Manuel Pinto Díaz.

Bibliografía adicional consultada

1. El Poder Temporal de los papas, justificado por la historia, Cardenal Mathieu, 2009.
2. Enciclopedia Católica Online © ACI-PRENSA
3. Historia del Imperio Bizantino, Alexander A. Vasiliev, TI-II, 2003.
4. Wikipedia, la enciclopedia libre

No hay comentarios:

Publicar un comentario